miércoles, 20 de junio de 2012

El Sansón de Comalapa


Venía caminando en la orilla de la carretera, empapada la camisa, pujando en silencio. Con un ojo puesto en el camino y el otro en los vehículos que le pasaban cerca. Traía en su mecapal una carga de 20 sillas de madera de pino, de esas que se doblan. El bulto era casi de su estatura y la mayor parte del peso caía en el cincho de la frente, que parecía que en cualquier momento, de un mal jalón, le iba a partir en dos el cráneo. Avanzaba superconcentrado y la gente se detenía a verlo esa mañana de Frontera Comalapa.

Un par de niños que colocaban mercancía en una frutería dejaron de acomodar sandías para admirar al Hércules. Acostumbrados a cargar bultos pesados, seguramente sopesaron  la técnica y el balanceo aplicado por el colega adulto, para sobrellevar semejante carga. Un chofer se bajó de su trailer estacionado y alcancé a oír que con acento norteño decía: ¡No mames, qué bárbaro¡.
Empecé a seguirlo por las pocas cuadras que atraviesa la carretera federal a la altura de Comalapa. Nadie iba a creer lo que estaba viendo, así que saqué la cámara y me adelanté  para hacerle unos disparos.  Levantó la vista y me vio de frente "No tomés foto", ordenó, sin perder el paso rápido y la zancada corta que caracteriza a los que saben caminar montañas. Obedecí, guardé la voigthlander, pero ya le había robado dos imágenes.
Chaparrito, no más de 1.60 de estatura, flaco pero talludo,  treintón o cuaretón, con los indígenas es difícil adivinar la edad. Traía un desguachipado maletín cilíndrico sobre el pecho.¡ Golpe, golpe¡, gritaba, cuando se acercaba a personas distraídas o que se atravesaban en su avance. Todos le abrían cancha y haz de cuenta que había llegado el circo pues eramos varios los mirones que seguíamos sus pisadas y él parecía ajeno a todo el mitote generado con su involuntaria demostración de fuerza.
Sin descansar ni perder la trancada llegó a la altura de la gasolinera ubicada en  la salida a Comitán. Ahí se detuvo. Con la espalda a la pared se puso en cuclillas y descansó el bulto de sillas en el piso. Sacó un paliacate rojo de su maletín y  secó los hilos de sudor del rostro y la nuca. Estaba colorado, casi morado por el esfuerzo. Lo saludé y le pregunté su nombre. Ramón, me dijo a secas, todavía agarrando  resuello.
Traía un par de botellitas de agua en mi bolsa y le ofrecí una. Abrí la mía con la mano y él  desenroscó la suya con la presión de sus dientes. Dio un par de sorbos, se enjuagó la boca y lanzó a la cuneta tremendo buchazo. Luego se bebió la botellita de un jalón.
Hablaba poco español, con tirabuzón le saqué las palabras: que era indio jacalteco, de una colonia cercana a Guadalupe Victoria, casí en la linea divisoria de México y Guatemala, y que las sillas eran para la fiesta de bodas de su hija. Eran alquiladas y las tenía que devolver el lunes.
Los mitoteros nos acercamos al pilón de sillas. Unos machines como que hacían el intento de moverlas o levantarlas. Ni madres, pesaban como una caja fuerte. Ramón el Sansón de Siete Fuerzas nos miraba como quien ve a una cucaracha. Su mente y su preocupación andaban por otros lares.
 Esta dura la carga, le dije. Un poquito, respondió el cabrón mirando al suelo. Porqué no pagaste un carro si tienes dinero para la boda, contrataqué. Es que soy pobre y ya gasté lo que tenía, replicó atravezándome con  mirada de machete.
En su humilde español me contó que el yerno iba a poner la comida y la beberecua. A él le correspondía todo lo del ajuar de la casa, el vestido de la novía, los cohetes y el gasto de la misa. ¿Y la música?: "Esa la va  dar un mi hijo, ..trabaja en Tejas, mandó la paga".
También dijo que un compadre le iba a prestar su camioncito para recoger las sillas, pero se le descompuso cuando ya venían a Frontera Comalapa.
En ese momento se estacionó la camioneta de pasajeros que entra a la zona jacalteca. Entre el chalán del chofer y Ramón subieron la carga de sillas atrás, en la redila, en donde venían otros viajeros: algunos hombres parados y mujeres y niños acomodados sobre cajas y bultos. Así es el transporte público en muchas regiones rurales de Chiapas y Centroamérica
Antes que subiera al vehículo le ofrecí a Ramón un par de billetes . Me quedó viendo y habló fuerte " Soy pobre, no limosnero". No compa, insistí, es un regalito para el casorio, mercate un par de cartones de cerveza, a la salud de tu hija. No gracias, dijo de despedida y me dejó con el dinero en la mano.
Y se fue Ramón el Sansón, con su orgullo tan grande como su resistencia y fuerza física. Hombre hecho de todos los colores del maíz, corazón de chile seco. Seguramente creció cargando quintales de café, encorvado en la limpia de la milpa. Con una vida al día, como viven más de 50 millones de mexicanos.
Y yo quedé avergonzado, me sentí guevón, atolondrado, si apenas puedo cargar la bolsa con mi equipo fotográfico mucho menos unas sillas de la que llevaba el Ramón. Con seis de ésas se me chispa una hernia por el culo. ¿Y los gastos de la boda de una hija?, no me quiero sentir mal, así que acelero el paso para alejarme de semejante pensamiento.

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