sábado, 8 de diciembre de 2012

Aterrizar Descalzo en el DF


Muy sacalepunta yo, muy chingón, iba a la ciudad de México, después de una ausencia de 10 años. Ahí, en el aeropuerto  Internacional Ángel Albino Corzo, de tacuche, pantalón nuevo corte de sastre, listo para ir a la gran City a recibir unos reconocimientos, brillaba yo como moco de chompipe que sobrevivió la navidad.
Una noche antes, cual debe, busqué mi mejores trapos. Mi ñora planchó las mudas, un buen baño con estropajo, harto champú del fino, una rasuradita y estaba listo para el viaje en avión. Desde 1995, cuando fui al concierto de los Stones en el autódromo, no me había trepado a un aeroplano de pasaje.
Pero había un pequeño problema, no contaba con zapatos propios para un evento en donde te tienes que subir al estrado, ante un publico, a recibir un reconocimiento. Tengo mis tanques de batalla, semi nuevos, de buena calidad, pero no propios para lucir un fino pantalón de corte inglés. Poseo además unos zapatos de vestir, pero un chuchito tierno que tenemos, los mascoteó y los dejó para la basura y de eso me di cuenta pocas horas antes del viaje.
 Así que como a las 9 de la noche, Teresa, mi dueña, le pidió a nuestro hijo Julian David que buscara unos zapatos que él se  había calzado, solo una vez,  para asistir a una boda; como medimos del mismo número podrían servirme. Primero  encontró unos que resultaron ser de mi suegro, pero ya estaban  muy dados al traste. Continuó hurgando en  su ropero, y  finalmente halló el Julían los zapatos de catrín que había usado en la  mentada pachanga del matrimonio de su cunca.
Se veían bien, mi vieja le dio el visto bueno. Inclusive los lustró y quedarón  hasta acharolados. Pues ahí me tienen, el 15 de noviembre muy temprano, en el aeropuerto luciendo regio, en compañía del  maestro Mario Galindo y Alvarado, director de departamento de Television de Canal 10 y un buen amigo además.
Echamos el cafecito en el restaurante desplumadero del lugar y ya cerca de la partida, nos dirigimos al acceso de la sala de espera.
 Me sentía como el pavo real, voy a México de a grapa, viaticado, que es lo mismo, en avión, seguramente a hotel de lujo  y sobre todo a recibir reconocimientos y a algún premiecillo, que bien merecido me lo tengo por la chinga que llevo diario, sobre todo. Ajá.

Eso y más voy pensando muy con la cabeza levantada mientras me aproximo a a la puerta de revisión. Ahí me dan una charola de plástico para que ponga las chivas que llevo en las manos y bolsillos. Empiezo a meter ahí la cartera, las cámaras, mochila y demás objetos cuando siento un jalón extraño en la base del zapato derecho y un viento frió en la planta del pie.
Veo para abajo y simplemente he perdido la suela tacón de mi acharolado zapato. Ahí yacía en el suelo, como que estaba pegada con chicle y al pisar la alfombra se trabó entre la  gruesa pelusa y me dejó con el calcetín al aire.

 Levante la maldita suela e instintívamente la metí en la charola, para que pasara por el scaner de revisión y vieran los cuicos que no iba cargada de ninguna especie de polvo catalíptico.
Así que cojeando pasé el arco detector de metales, dos veces porque sonaba el pito de la alarma y ya veía al Mario que se empezaba a cagarse de la risa mientras me frotaban el scáner de mano entre las nachas y yo gritaba; "che Mario, se  me desmadró el caite".
 Y entramos a la sala de espera carcajeándonos de mi desgracia, con la suela en alto como trofeo, cojeando, la gente sin saber que pedo,  Mario me grabó en video el chiste mientras yo azotaba la chingada suela en el piso.
Nos sentamos cerca de la puerta cinco. Mario sugirió que llegando al Df buscáramos un zapatero para que reparara el entuerto o si no, chíngesumadre, lo pegáramos con pura colaloca.
 En eso entró a la sala Débora Iturbe, la directora del Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía de Chiapas. Le pedí al al maestro Galindo que por favor no le dijera nada de mi entuerto.
Al rato subí al avión cojeando, tomé asiento cerca de la ventanilla para grabar despegue. Y ya en el aire,  me dieron ganas de ir al toilet.
Al regresar a mi lugar, ya no siento frió en un pie sino en los dos y voy caminando parejo. Volteo y veo la otra maldita suela tacón, la derecha, a medio pasillo del avión, estorbando el paso del carrito con bebidas que empujaba la azafata,  el cual no podía avanzar,  porque estaba atorado en mi basura.
De un brinco malabaresco destrabé la maldita suela de la rueda del carrito y la desaparecí en el saco donde venía la otra. Me risoteaba sólo como loquito y pensaba: que pinche pedo, me hubiera traído mis botas  del diario. Seguile haciendo caso  a tu vieja. Por  obediente, iba aterrizar descalzo en el DF.
Antes de bajar sopesé los restos del naufragio, el zapato izquierdo ya había perdido hasta el cartón. El derecho todavía tenia pedazos de cartón y tela, que separaban a mi calcetín del suelo. Y me faltaba cruzar  como un kilómetro de aeropuerto hasta la puerta de salida.

Y alla voy yo, muy chingón, muy sacalepunta, pisando la ciudad de Mexico después de 10 años de ausencia, con todo el porte que me fue posible, con la frente muy en alto, en un ambiente musicalizado con el sonido chocleado de restos de cuero de zapato, y rozar de calcetines en el  piso de los pasillos de acceso de la terminal aérea internacional Benito Juárez.
Mis zapatos acharolados se parecían a los de don Susano Cantarranas, papa pulquero de Foforito  Burrón, Eran como barracuditas con la boquita abierta pero chimuelas. Fui dejando los pedazos de carton y tela en el trayecto. Los tiras de vigilancia y los huachos de los perros han de haber pensado "a ese cabrón de seguro le detectaron por el scaner algo raro en las suelas y le despedorraron los zapatos para ver el fondo".Y como después de una revisión de esa, aunque sea fallida, no te regresan las cosas completas, así me veía yo, como colombiano sospechoso que le acaban de revisar hasta las nailas.

Mucho antes de la puerta 10 sólo  calzaba el  puro cuero de los zapatos, sostenido el cascarón por las agujetas. Y la cereza en el pastel:  una fuga de agua en el pasillo, insalvable, que no hubiera podido evitar ni dando saltos, empapó mis calcetines. Ora si de plano, me estaba llegando el frío de la Meseta del Anahuac por las patas.
En cuanto nos subimos al elegante carro que nos facilitó la delegación de Chiapas en la ciudad de México, me quité los pedazos de zapatos y los calcetines.Y así, totalmente descalzo entré muy propio al Camino Real de San Ángel, uno de los hoteles más fufurufos del DF.
 Creo que por un milagro el personal de recepción no me negó el acceso al hotelucho de 29 pisos. Tan atufados y pitijiede que son en esos  lugares. Han de haber pensado que yo era representante de alguna tribu salvaje de Suramérica: quemado de sol, cara de nagual, sin caites, con los pies azules de frío, sin pedicura, de medio traje y con lentes oscuros a la jack Nicholson.
Después de registrarnos, el joven conductor a nuestro servicio me llevó hasta las puertas del mercadito de San Ángel. Lo crucé descalzo, sin importarme las miradas, y al otro lado de la calle compré  calcetines y un  par de zapatos cucos y resistentes de las peleterías excelsas de León Guanajuato.
De regreso al hotel los acomodacoches, los bell boys y los vigilantes de la puerta, aplaudieron, no pregunté el porqué, cuando me vieron llegar bien enzapatado al loby. Esos serían los primeros, de los numerosos aplausos que recibiría ese día. Pero ése es otro rollo.