sábado, 8 de diciembre de 2012

Aterrizar Descalzo en el DF


Muy sacalepunta yo, muy chingón, iba a la ciudad de México, después de una ausencia de 10 años. Ahí, en el aeropuerto  Internacional Ángel Albino Corzo, de tacuche, pantalón nuevo corte de sastre, listo para ir a la gran City a recibir unos reconocimientos, brillaba yo como moco de chompipe que sobrevivió la navidad.
Una noche antes, cual debe, busqué mi mejores trapos. Mi ñora planchó las mudas, un buen baño con estropajo, harto champú del fino, una rasuradita y estaba listo para el viaje en avión. Desde 1995, cuando fui al concierto de los Stones en el autódromo, no me había trepado a un aeroplano de pasaje.
Pero había un pequeño problema, no contaba con zapatos propios para un evento en donde te tienes que subir al estrado, ante un publico, a recibir un reconocimiento. Tengo mis tanques de batalla, semi nuevos, de buena calidad, pero no propios para lucir un fino pantalón de corte inglés. Poseo además unos zapatos de vestir, pero un chuchito tierno que tenemos, los mascoteó y los dejó para la basura y de eso me di cuenta pocas horas antes del viaje.
 Así que como a las 9 de la noche, Teresa, mi dueña, le pidió a nuestro hijo Julian David que buscara unos zapatos que él se  había calzado, solo una vez,  para asistir a una boda; como medimos del mismo número podrían servirme. Primero  encontró unos que resultaron ser de mi suegro, pero ya estaban  muy dados al traste. Continuó hurgando en  su ropero, y  finalmente halló el Julían los zapatos de catrín que había usado en la  mentada pachanga del matrimonio de su cunca.
Se veían bien, mi vieja le dio el visto bueno. Inclusive los lustró y quedarón  hasta acharolados. Pues ahí me tienen, el 15 de noviembre muy temprano, en el aeropuerto luciendo regio, en compañía del  maestro Mario Galindo y Alvarado, director de departamento de Television de Canal 10 y un buen amigo además.
Echamos el cafecito en el restaurante desplumadero del lugar y ya cerca de la partida, nos dirigimos al acceso de la sala de espera.
 Me sentía como el pavo real, voy a México de a grapa, viaticado, que es lo mismo, en avión, seguramente a hotel de lujo  y sobre todo a recibir reconocimientos y a algún premiecillo, que bien merecido me lo tengo por la chinga que llevo diario, sobre todo. Ajá.

Eso y más voy pensando muy con la cabeza levantada mientras me aproximo a a la puerta de revisión. Ahí me dan una charola de plástico para que ponga las chivas que llevo en las manos y bolsillos. Empiezo a meter ahí la cartera, las cámaras, mochila y demás objetos cuando siento un jalón extraño en la base del zapato derecho y un viento frió en la planta del pie.
Veo para abajo y simplemente he perdido la suela tacón de mi acharolado zapato. Ahí yacía en el suelo, como que estaba pegada con chicle y al pisar la alfombra se trabó entre la  gruesa pelusa y me dejó con el calcetín al aire.

 Levante la maldita suela e instintívamente la metí en la charola, para que pasara por el scaner de revisión y vieran los cuicos que no iba cargada de ninguna especie de polvo catalíptico.
Así que cojeando pasé el arco detector de metales, dos veces porque sonaba el pito de la alarma y ya veía al Mario que se empezaba a cagarse de la risa mientras me frotaban el scáner de mano entre las nachas y yo gritaba; "che Mario, se  me desmadró el caite".
 Y entramos a la sala de espera carcajeándonos de mi desgracia, con la suela en alto como trofeo, cojeando, la gente sin saber que pedo,  Mario me grabó en video el chiste mientras yo azotaba la chingada suela en el piso.
Nos sentamos cerca de la puerta cinco. Mario sugirió que llegando al Df buscáramos un zapatero para que reparara el entuerto o si no, chíngesumadre, lo pegáramos con pura colaloca.
 En eso entró a la sala Débora Iturbe, la directora del Sistema Chiapaneco de Radio, Televisión y Cinematografía de Chiapas. Le pedí al al maestro Galindo que por favor no le dijera nada de mi entuerto.
Al rato subí al avión cojeando, tomé asiento cerca de la ventanilla para grabar despegue. Y ya en el aire,  me dieron ganas de ir al toilet.
Al regresar a mi lugar, ya no siento frió en un pie sino en los dos y voy caminando parejo. Volteo y veo la otra maldita suela tacón, la derecha, a medio pasillo del avión, estorbando el paso del carrito con bebidas que empujaba la azafata,  el cual no podía avanzar,  porque estaba atorado en mi basura.
De un brinco malabaresco destrabé la maldita suela de la rueda del carrito y la desaparecí en el saco donde venía la otra. Me risoteaba sólo como loquito y pensaba: que pinche pedo, me hubiera traído mis botas  del diario. Seguile haciendo caso  a tu vieja. Por  obediente, iba aterrizar descalzo en el DF.
Antes de bajar sopesé los restos del naufragio, el zapato izquierdo ya había perdido hasta el cartón. El derecho todavía tenia pedazos de cartón y tela, que separaban a mi calcetín del suelo. Y me faltaba cruzar  como un kilómetro de aeropuerto hasta la puerta de salida.

Y alla voy yo, muy chingón, muy sacalepunta, pisando la ciudad de Mexico después de 10 años de ausencia, con todo el porte que me fue posible, con la frente muy en alto, en un ambiente musicalizado con el sonido chocleado de restos de cuero de zapato, y rozar de calcetines en el  piso de los pasillos de acceso de la terminal aérea internacional Benito Juárez.
Mis zapatos acharolados se parecían a los de don Susano Cantarranas, papa pulquero de Foforito  Burrón, Eran como barracuditas con la boquita abierta pero chimuelas. Fui dejando los pedazos de carton y tela en el trayecto. Los tiras de vigilancia y los huachos de los perros han de haber pensado "a ese cabrón de seguro le detectaron por el scaner algo raro en las suelas y le despedorraron los zapatos para ver el fondo".Y como después de una revisión de esa, aunque sea fallida, no te regresan las cosas completas, así me veía yo, como colombiano sospechoso que le acaban de revisar hasta las nailas.

Mucho antes de la puerta 10 sólo  calzaba el  puro cuero de los zapatos, sostenido el cascarón por las agujetas. Y la cereza en el pastel:  una fuga de agua en el pasillo, insalvable, que no hubiera podido evitar ni dando saltos, empapó mis calcetines. Ora si de plano, me estaba llegando el frío de la Meseta del Anahuac por las patas.
En cuanto nos subimos al elegante carro que nos facilitó la delegación de Chiapas en la ciudad de México, me quité los pedazos de zapatos y los calcetines.Y así, totalmente descalzo entré muy propio al Camino Real de San Ángel, uno de los hoteles más fufurufos del DF.
 Creo que por un milagro el personal de recepción no me negó el acceso al hotelucho de 29 pisos. Tan atufados y pitijiede que son en esos  lugares. Han de haber pensado que yo era representante de alguna tribu salvaje de Suramérica: quemado de sol, cara de nagual, sin caites, con los pies azules de frío, sin pedicura, de medio traje y con lentes oscuros a la jack Nicholson.
Después de registrarnos, el joven conductor a nuestro servicio me llevó hasta las puertas del mercadito de San Ángel. Lo crucé descalzo, sin importarme las miradas, y al otro lado de la calle compré  calcetines y un  par de zapatos cucos y resistentes de las peleterías excelsas de León Guanajuato.
De regreso al hotel los acomodacoches, los bell boys y los vigilantes de la puerta, aplaudieron, no pregunté el porqué, cuando me vieron llegar bien enzapatado al loby. Esos serían los primeros, de los numerosos aplausos que recibiría ese día. Pero ése es otro rollo.

viernes, 9 de noviembre de 2012

El Nandón























































































































































































 
Hoy 9 de noviembre tengo que hablar del Nandón.  Enorme el barracazo, casi el metro noventa. Lo recuerdo delgado, muy moreno, sin llegar a negro, con ese tono de piel muy peculiar que se da en países como Pakistán, o la India. Yo conocí   a           
turbantudos de esos rumbos y eran igualitos en lo físico y en lo prieto a los famosos hermanos y hermanas Díaz Bullard.  Esbeltos, con enormes ojeras crónicas de ojo de culo de buey, pelo lacio, faciones finas y el Nandón con una nariz a la Depardiu, enorme como reata, que enloquecía a las mujeres.

El Nandón se ganó el respeto desde chamaco, a los 16 años, cuando arriba de su caballo lazó y jaló a un malandro pendenciero que estaba molestando a sus hermanas.  Arrastró al jodido como 50 metros por aquellas viejas calles empedradas de la estación de Huixtla y luego sopapeó a otro muco que se metió muy macho y que sacó la trompa fileteada de los chicotazos que le tundió el Nandón, sin bajarse de su montura.
Con eso se ganó la fama de macho entre los machos y el respeto de la mujerada, que por aquellas costas calientes les papaloteaba el ánimo por la mirada de algunos de los tremendos y apuestos hermanos Díaz Bullard. 16 tuvo la mamá, doña David, entre hijos e hijas, muchos de ellos se murieron jóvenes.
Y Fernando, el Nandón era considerado el más apulismado de la familia. A los doce le pegó la epidemia de tifo y acostado, en carreta, se lo llevaron a Tapachula para que se curara o se muriera cerca del panteón huacalero.
De joven, el Nandón  trabajó de bracero en los Estados Unidos y lo confundian con apache. Estuvo en Chicago y le tocó ver el sangrerío y los muertos de la infame matanza de San Valentín.
De por allá trajo un proyector de cine portátil y compró una pequeña planta de luz, de segunda mano, en un circo ambulante del Soconusco. Por toda la linea del ferrocarril iba el Nandón llevando películas  a pueblitos, en ese entonces, olvidados.
 El imperio de los Díaz Bullard embarneció con el Cine Figueroa. Llamado así por Rodulfo, el poeta de origen cintalapaneco. Además de la exhibición de las cintas de estreno, el Figueroa era teatro de revista y de comedia. Allí se presentaban compañías de actores como las de Esperanza Iris y Virgínea Fabregas. Estos artistas hacían escala en Tapachula, en sus giras por tren a Guatemala y Centroamérica. Eran funciones de lujo, con las estrellas del momento. Los hermanos Díaz Bullard arrasaban con coristas y actricitas de apoyo. Una de ellas, hermosa interprete de cuplés, que cantaba "El Clavelito", se huyó con el Nandón a un remontado rancho platanero, cerca de San Benito, hoy Puerto Madero. Ahí estuvieron encerrados, escondidos, cinco días. La cantaora se convertiría, muchísimo después, en una famosa cómica de carpas de abolengo y actriz de comedias del cine nacional.
Por aquellos días, Fernando el Nandón jugaba al polo con los juniors de inmigrantes alemanes e ingleses y con los militares asentados cerca de la frontera del Suchiate,Vestía de blanco y traía un caballo retinto que se llamaba el Gitano. Comúnmente andaba de guayabera de manga larga. Era una pieza  muy preciada por el viejerío de aquellos rumbos tropicales. Además era inténsamente simpático, amiguero, bailador nato y locuaz. Pero cayó al fin con una de Chiapa de Corzo, las más linda de su tiempo y de su pueblo,  la única que hasta hoy  ha sido electa por unanimidad María de Angulo, dos veces, y de manera consecutiva. Alicia, la de la belleza legendaria. Ya mayor, doña Lichita era muy confundida por la gente con la actriz argentina Libertad Lamarque y la paraban en la calle y los aereopuertos para pedirle autógrafos.
Alicia y el Nandón vivieron juntos hasta la muerte. De sus tres hijos ninguno heredó la galanura del padre ni los rasgos angelicales de la madre. Sólo el mayor salió bueno para el baile, la hija sacó la nariz enorme del Nandón  y el mas chico recibe hasta la fecha este tipo de reproches de los mayores: "Tan chula que era doña Alicia, y don Fernando tan galán, de dónde salió tan de plano simple este barraco.
La debacle de la poderosa familia Díaz Bullard empezó en los sesentas. Tenían dos grandes cine: el Figueroa y el Tapachula, luego levantaron el Avenida, que se inauguró con unas obras de Luis G. Basurto. Por ese entonces se murió en un accidente Antonio, el mayor de ellos, el líder y visionario, el que mantenía unida a la familia.  Empezaron a tropezar en el negocio y cometieron el error de construir un cuarto cine, enorme, El Tacana, que los metió en la deuda que los llevo a la ruina.
La empresa la compró un cuñado, todos los hermanos acabaron del chongo.
Yo conocí a Antonio, el empresario. Al doctor Alfonso, el Pelón Díaz Bullard, quien fuera médico de la ANDA, carnal del Indio Fernández y autor del bestseler de Editorial Novaro: La Choca, entre otros relatos y guiones para cine. También conocía a Eduardo, el Guayo, el mas chaparrito, pero el más valiente, atravesado, aventurero y terrible. Cada vez que veo al actor Joe Pesci, me acuerdo del Guayo. Y de sus hermanas conviví con Ana María, Teresa y Palmira, guapas, enormes, locuaces, eran las chispas de todo tipo de fiestas y reuniones.
El Nandon vivió sus últimos años en Chiapa de Corzo, administrando el cine que fundó con su cuñado Mario y con Gilberto, el marido de la hermana de Alicia.
Cuando  yo era chico el Nandón me daba miedo, era imponente, colérico y no me pelaba porque no le gustaban los chamacos. Ya en la juventud se convirtió en mi gran amigo y nos tocó vivir muchas aventuras que platicaré algún día. El me enseñó que en la amistad lo que menos importa es el dinero, que a los ricos y a los pobres hay que tratarlos por igual, con el mismo respeto. También que hay que cuidarse de los Bancos y que la mayoría de la clase política son mil veces peores que Ali Baba y los 40 ladrones. Y que las mujeres son más fuertes e inteligentes que los hombres, pero que el talón de Aquiles de las damas es el amor, eso las pone pendejas, vulnerables y las pierde. Excepto por eso, ellas son la columna vertebral de la familia.



De sus últimos días no hablaré porque quiero recordarlo de la mejor manera, entero, poderoso, con ese caparazón de fuerza que jamás nubló la nobleza  que se le salía en la mirada., Así se le puede ver en su foto de bodas, al lado de la hermosa Alicia. Por eso, este 9 de noviembre, fecha de su cumpleaños, le regalo estas palabras como algo de lo mucho que no le pude dar cuando estuvo vivo. A la memoria pues del Nandón, Fernando Díaz Bullard, mi padre.




jueves, 1 de noviembre de 2012

La Caneca ni Flaca ni Seca ni Come Manteca



Mucho cuidado señores

por que la muerte anda lista

en el Panteón de Chiapita

ya nos tiene una fosita.

Para los compositores

literatos y

turistas

doctores y productores

todos están en la lista..




Es la celebración más grande de México, más que la navidad y las fiestas patrias juntas, la mera fiesta del pueblo, la más representativa del alma mexicana. La del reencuentro y el adiós, la de la reafirmación de nuestra identidad como pueblo creyente de los misterios infinitos del Universo. Esos que nos entroncan con lo auténtico del no temor a la trascendencia.



He pasado muchos Todos Santos capturando en imágenes y testimonios la visita espiritual de los fieles difuntos. Hoy no escribiré sobre esto. Les voy a presentar algunos del montón de momentos gráficos que he vivido en los panteones y pueblos celebrantes de Chiapas, por que esos días más que de morir son de vivir y  compartir.





A nadie le gusta los panteones, más cuando se lleva de carga a un ser querido, a mi me ha tocado enterrar a tres y conozco esos durísimos desgarres. Pero en la celebración de noviembre es bonito imaginarse que regresan las almas de nuestros muertos para compartir un momento con nosotros. Por eso les quemamos cohetes de bienvenida a las doce del día y los velamos jugando la baraja y domino, con tamaliza, resos y café con piquete y traguitos del fuerte, a los que se marcharon en el año.

 


He estado a las cuatro de la mañana en el panteón de Chiapa, cuando no había lámparas de iluminación en los pasillos. Todo estaba en la penumbra de las miles de velas sembradas por los visitantes, así lo vivî también en Acala y en Copainalá, una alfombra de estrellas amarillas que competían en fulgor con las del cielo del amanecer.

Oyendo la marimba que toca en la oscuridad y los tríos y el trovador solitario con su violín en Ocotepec.





En la celebración de noviembre gana el mero pueblo. Le meten unos pesos al bolsillo los que siembran la flores de nulibé, de flor de seda, los que cortan la nangaña, los chamulos que venden la flor fina, los albañiles y pintores que arreglan y embellecen las sepulturas, los chamaquitos que después de la escuela pintan las letras de los epitafios; los que acarrean el agua para los jarrones y las marchantas que venden la calabaza y la panela para el dulce de calabacita tía. La economía mexicana gana de abajo para arriba Un mercado muy nuestro que ya quisieran muchos mall o shopings y que nos han querido robar con costumbres ñoñas y extranjeras.






Que rico se desayuna arroz con leche y tamal entre muchas otras viandas en los panteones de noviembre.

Ayer vi como le llevaban sus flores y Puros Chacuacos a la sepultura del poderoso señor Enrique Verdi . Pintê de colores pastel la tumba de don Fernando mi padre y le encargué a mi hijo Julián que cuando yo muera me toquen a medio velorio la rola My Father Was a Rolling Stone de los Temptations a todo volumen. Le voy a entregar un documento firmado con esta petición para que no tenga pedos con mi demás familia o los presentes, por complacerme.









Asi es mis queridos lectores y amigos, nacemos con la muerte adentro y siempre la llevamos con nosotros.  Cada día que pasa estamos más cerca de ella, quietecita esperando la dientona, tarde o temprano, para llevarnos al otro lado del puente.

Por eso me remputa el jalowin y esas maestras y escuelas privadas que lo promueven. No se diga el comercio trasnacional de ropaje de brujas y espantajos de cine, pero hasta hoy aquí se la pelan . De nosotros depende que sobreviva nuestra fiesta de los altares y de la memoria . Sôlo me da flato a las doce del día 2 cuando quemamos los cohetes de la despedida y les decimos hasta siempre a los que viven en el baul de los recuerdos .


Tucu tucu

tiqui taca

que recanija calaca

cuando menos lo pensamos

nos hace estirar la pata.

Yo me le escapé una vez

pero por poco y me atrapa.

 

viernes, 19 de octubre de 2012

La Ofrenda más Pura de la Tierra





El paraíso celestial que me enseñaron de niño estaba lleno de pencas de plátano, de collares de lima de chichita, de racimos de cocos y papaya fina, de piñas copetonas y amarres de guayas y guayaba, de manzanitas coletas en ensarta, entre otras frutas propias y lejanas.También lucía roscas de pan y azúcar glass pintadas de colores y realzado todo con las hojas verdes del tempisque.
 Era el cielo de la abundancia, Estaba arriba, en lo alto, encima de la nave de la iglesia del Calvario, una bóveda de vida cada octubre.
Mi abuelita Lucinda me sentaba en una banca, tenia yo 6 años, y me explicaba cada cosa y detalle de lo que se ofrendaba en las alturas. Ahí me tenía mirando para arriba hasta que me dolía la nuca." Mira hijito, esas son las enramas  y quieren decir la abundancia de la tierra, las traen a lomo los vecinos de estas riberas del río Grande y los barrios de Chiapa. Son para nuestro Señor del Calvario, bendito, que nos protege en el invierno, así como san Sebastián lo hace al empiezo de año y la primavera.

Por la calle de mi abuela Lucinda pasaban las enramas. Tronaba la cohetiza y  todos los nietos agarrábamos lugar en su balcón para observar la proseción que se acercaba. Impresionaba a la chamacada ver a  esos hombre llevando  a lomo las tremendas cargas, bajo el calcinante sol del Centro de Chiapas, con las camisas empapadas de sudor, como si les hubieran echado agua, concentrados en no perder el paso y llevar la marcha de sus mancuernas, entre la música del tambor y pito y los cánticos de las resadoras y las madrinas. A lo lejos, las campanas de la iglesia del Calvario tañían, era la señal que se acercaban las ofrendas.

Por aquellos dias nunca me pasó por la cabeza llevar la enrama; como esos hombres recios que miraba  con admiración de chamaco totoreco. Me llegaría muchos octubres después, cuando empecé a explorar el corazón de mis riberas.

En mil novecientos ochenta y tantos acudí a un predio ubicado en plena ribera Nandambúa, a orilla de la carretera, como a cuatro kilómetros de la ciudad de Chiapa de Corzo, por donde hoy se encuentra un retén permanente de la policía estatal y federal.
En una casita de tejas y adobe se reunía la gente para la salida de la enrama.
Después de que me convidaron mi posol en jícara con hielo, tuve el gusto de conocer a Don Porfirio, sabedor del teje y maneje de elaboración de la enrama. Bajo su supervisión, un grupo de hombres amarraban con mecatío las ricuras de la ofrenda mientras otros preparaban los collares empalmados de todos tipo de manzanas, limas, limones, naranjas, combinando unas con otras de acuerdo al color, como un tejido de artesanía.

Sobre unos horcones estaban colocadas las dos piezas de bambú seco, una encima de otra, unidas con pedacitos de otate y mecate,  como una escalera de mano, por eso la  llaman así, enrama de escalera. Es la más grande, la de Nandambúa, para doce cargadores. Como de ocho metros de largo los varejones, los  llevan los hombres, seis de cada lado, sobre el lomo, con unos palos macisos de guachi y nanguipo.
 Las frutas las aportan los vecinos. Conforme se reciben las colocan de manera tal que todo el peso vaya nivelado y luzca galana la enrama como una cascadita de abundancia. Las piezas están vestidas de hoja de tempisque y entre las pencas de plátano y racimos de cocos colocan las cordonadas de fruta redonda, las piñas con el copete para abajo, los melones, las guayas, las guayabas, el plátano macho, guineos, sandías y todas las demás riquezas que obsequian los visitantes.
Las señoras llevan roscas de pan y de azúcar, que se amarran  cuando se sube la enrama a las vigas de la iglesia.
 La  elaboracion de la ofrenda empieza al amanecer, y concluye como al medio día. Así, con un sol que frie craneos, inicia la procesión a la iglesia del Calvario.  En el caso de la ribera de Nandambúa, cuatro kilómetros de pura carretera, que reverbera de calor y humedad.
Adelante van los hombres echando cohetes, quemando las baterías a cada cuadra. Luego las mujeres ensombrilladas.Traen  las roscas y los arreglos florales. Al centro de la mujerada avanza la madrina de la ofrenda, carga una réplica pequeña del Señor del Calvario, enmedio de nubes de estoraque y  alabados. Luego vienen las enramas y el montón de barracos que relevarán a los cargadores. Suena intensa la música del tambor y pito.
  Unos compas, con franelas rojas, controlan la circulación del trafico de automóviles. Es la carretera internacional y por esa recta de acceso a Chiapa pasan todo tipo de transporte a rajamadre.
Después de capturar la atmósfera con mi vieja pentax 1000
 le pido a un primo que me la cuide y busco con la mirada a al profe Marianito Nangusé, tradicionalista de coraza, para que me permita entrarle al relevo de la enrama.
Un lugar se abre antes de llegar al puente del río Chiquito, una seña rápida del profe y ahí te voy, tercero del lado izquierdo, ni tiempo me da para preparme y recibir el peso que supera en mucho a mis expectativas. Se me escapa un pujido y maldigo por no haberme quitado los lentes, que después, con el sudor, resbalarán al suelo.

 De la mano de mi abuelita acudíamos el mero día del señor del Calvario a comer pepita con tasajo y el día de las enramas,  estofado de res o chanfaina.
 En el comedor de la iglesia repartían posol de cacao y en unas mesotas largas estaban los platitos con las viandas y  tortillas. De zapatos y descalzas la mujerada, conviviendo como iguales, de pie, usando como cubiertos las tortillas. Ahí estaba doña Eva, mi tía Evita , quien fue cocinera y amiga de mi abuela toda su vida. Ella, la tía Evita, me llevaba hasta la imagen expuesta del Señor y tomaba una flor de las arreglos, la pasaba con la señal de la Santa Cruz por la mano del Cristo y luego la frotaba sobre mi cabeza, mientras rezaba en voz baja algo sobre la protección de las Animas del Purgatorio. Con mi abuela, nos sentábamos los tres en la banca de madera que había sido donada por mi familia y que hasta  hoy luce grabado el nombre de doña Lucinda Gómez Grajales. Ahí escuche por vez primera de la persecución de los santos, del día cuando quemaron al Señor del Calvario, del lloradero de las mujeres al enterarse del sacrilegio, porque lo chamuscaron de noche. De los parientes cercanos a mi abuela que participaron de quemasantos y que acabaron mal, víctimas de muertes violentas y enfermedades dolorosas y prolongadas. Lucindita tuvo que esconder sus imágenes en un baúl para que su propia sangre no les pegara lumbre. Todos los años lo recordaba la viejita con lágrimas en los ojos, sentada en su banca de madera de la iglesia.

Muy chingón yo, vengo cargando la enrama con otros 11 viejazos, en la subida del río Chiquito a la plaza, una curvita cerrada que se levanta como 15 metros al nivel de la recta de la calle 5 de febrero. Creo que me dieron el relevo exactamente ahí, a propósito, para que yo sintiera la reata: una cosa es cargar la enrama en plano y otra cosa es en subida.El paso más duro es cuando se avientan las escalones de acceso al iglesia, luego le sigue la mentada curva al río Chiquito.
Y ahí me tienen, mis lectores, juntando recuerdos y dejándome llevar por la música y el olor a fruta asoleada para no sentir el piquete de la carga en la coyuntura del lomo. Y veo casi nada porque mis lentes están totalmente empañados y el sudor cae a mares de mi frente. Alguien viene gritando ¡vamos, vamos, vamos¡ entre pujidos, el tronadero de los palos y el roce de la fruta.
A la altura de la bajada del Changuti, mis lentes resbalan entre tanto sudor y no alcanzo a meter las manos para detenerlos. Caen al suelo, los que vienen atrás le pasan encima. Pues ni modo. Eso me sirve de pretexto para pedirle a  alguien que entre de relevo en mi lugar. Mi tocayo Deivi el Yellow la agarra una cuadra más adelante, en la curva del doctor Montero, en la mera entrada de la plaza. No necesito regresar a buscar mis anteojos, una viejita de reboso los trae en la mano, ella los recogió y venía atrás de mí, esperando para dármelos. Estaban doblados de las patas y el puente, pero con los cristales intactos.

El redoblar de las campanitas del Calvario era la seña que ya estaba llegando alguna enrama. Entonces mi abuelita y doña Eva me llevaban corriendo, casi cargando, a un lado de las escaleras de acceso al templo. Desde ahí contemplábamos como salía la imagen del vicario y su comitiva a recibir la enrama.
 Luego veíamos con emoción la subida de las gradas, el último esfuerzo, el más pesado. Entonces, cada una de las puntas de los palos  atravesados son cargadas entre dos, pues los hombres tienen que levantar la enrama con las manos, lo más alto que se pueda, para que la fruta colgada no pegue con los escalones. Hasta morados y con las venas chispadas del cuello suben los barracos.
Pasaba la comitiva y brincando de nuevo con las viejitas nos metíamos por la puerta lateral a la iglesia. Agarrábamos un rincón para ver la trepada de las enramas, lejos de algún coco rebotón que se desprendiera de la ofrenda y nos diera en la morra.
Arriba entre las vigas y travesaños, las siluetas de unos descamisados, con paliacates en la boca, brincaban de un lugar a otro, colocando y aventando las 3 reatas para trepar la enrama. Se mueven rápido entre el viguerío con certeza de equilibrista. Podemos ver la suelas de sus pies descalzos, gruesos, boludos, parecen de adobe. Ellos colocan  las garruchas y los lazos a 10 metros de altura para que los hombres de abajo los jalen. Antes de la trepada colocan encima de la fruta algunas trensas de pan de rosca y dulce y el letrero del barrio o ribera al que pertenece la ofrenda. Al final entre tres grupos de siete u ocho peludos suben la enrama  a pura fuerza bruta, coordinada a gritos  jalando con el cuerpo y suspendiéndose en la reata algunos.
Nunca falta que alguna fruta se desprenda en el traquetéo, así que los mirones de abajo se ponen busos para no acabar descalabrados.
Una a una van llegando las enramas. De las riberas, de San Miguel, del barrio Acapetahua, de San Jacinto, San Antón Abad, de Nandalumi y de muchas otras partes. Ahora ya se ven unas de tipo tuxtleco, que se distinguen porque traen colgadas trastos y cubetas de plástico de colores.
Todo lo que llevan las enramas se vende a precio simbólico los últimos días de la fiesta.
Doña Evita y Lucindita, mis dos ángeles de la guarda, y yo, miramos extasiados, ese cielo de la abundacia, esa ofrenda de la salud y el bienestar que engalana la bóveda de la nave de la iglesia del Calvario.  Un cacho del Paraíso del Génesis, donde sólo faltaba que se asomara adán y Eva y la controvertida mazacuata.


Después del medio día era el regreso a la casa de mi abuela. Felices de la vida, yo con mi bolota de algodón de dulce y ella con su bolsita de jocote curtido. Y como si fuera una niña, caminaba  mi viejita cantando una canción de cuna chiapaneca, de la que sólo recuerdo esta estrofa: "Capitán, capitán, cirulí, Margarita Nangularí, en su boquita la luna y sus ojitos el sol..."

Para Ma. Teresa y para Daniela
nacidos en este mes bendito
del Patrón del Calvario.




sábado, 29 de septiembre de 2012

Encuentro Cercano con un Muerto


Me irás a tachar de loco pero vi un muerto caminando en plena calle, a las ocho de la mañana y lo sé porque lo conozco o lo conocí cuando estuvo vivo. Ver difuntos que pasan a tu lado o te saludan es común en Chiapa de Corzo, no tanto como la aparición de duendes o las bolas de fuego, pero después de platicar este suceso entre cuates y familiares me contaron como de otra media docena de avistamientos similares.
 Son apariciones que tan te agarran de sorpresa que no te asustan, que te intrigan después cuando reaccionas, que te ponés frío o se te despeluca el cuerpo cuando te enteras que el que te dijo buenos días lo están velando en la sala de su casa con la ropa que le vistes puesta. Y te lo dice la gente seria, personas de reconocida calidad moral e intelectual, que te lo sueltan sin titubear, no lorenzos, pachecos o piñeros que nadie pela.
Y es que Chiapa de Corzo es tierra del Agua, porque está escrito que los surtidores y las corrientes viejas son portales  a mundos paralelos. A cien metros de la Plaza está el gran Grijalva y donde quiera que le escarbes encuentras agua.  El monumento principal del pueblo es una fuente, que por cierto ya anda pastoreando el medio milenio de antiguedad.
 Hay gente que se reune en bola para ir a chismear apariciones de duendes. Aquí a la vuelta de la casa vive un profe -famoso parachico tradicional - que a su nieto de 5 años le salía un duende a determinada hora. Vecinos y familiares se apersonaron en el patiecito en donde se materializaba  y escondidos, tras un biombo de otate y unas cortinas, medio lo alcanzaron a fisgonear. Pero a una doña le ganó el camaflash y pegó  destemplado grito que se escuchó hasta el parque y el duendecillo se chispó más espantado que los mirones y nunca regresó. Dicen que estaba muy bien arregladito, con un cincho grueso de hebilla relumbrante, botines de los tres mosqueteros y un sombrerito picudo; como de un cuarto de largo, muy flaco pero con timba chelera.
 En la histórica batalla del 21 de octubre de 1863 es reconocido por todos que un batallón de duendes salió de entre las raíces milenarias de la ceiba icónica conocida como la Pochota, mientras otro contigente apareció rapeleando entre los broqueles de la fuente mudéjar del parque y que fueron guerreros decisivos en la victoria de la batalla final por la plaza de Chiapa de Corzo." Dónde va usted a creer que iban a permitir que los Ortega tomaran agua de la Pila de Chiapa o que le pegaran lumbre a la Pochotona, que es la entrada a sus viviendas. Tenían unos puñalitos árabes, de punta de gancho, se trepaban en las nuca del invasor y les degollaban el gañote". Así platicaba doña Lucindita, mi abuela,  ella no lo vió pero una su tía Corisandra sí fue testigo.
También las bolas de lumbre son comunes, principamente durante las tormentas de rayos y las atraen las hamacas ocupadas.
 "Salite de la hamaca papacito porque en la tempestad pasan rodando por abajo y si te pegan te achicharran porque son pura luz blanca". A mi suegra Juanita le sucedió,estaba la tronadera afuera con aire y relampagos y por el corredor de la sala entró rebotando la mentada bola. Tirando chispas, pasó abajo de su hamaca donde estaba acostada y de un chibolaso con la piedra que atranca a la puerta salió disparada al traspatio y se estrelló en una galera, tirando tejas con un tronido hueco, pero sin quemar nada porque su calor es frío y sólo calcina la carne, dicen.
Pero volviendo al tema del morido que me encontré caminando a plena luz del día quiero platicarles que se llamaba Raziel, más conocido como el Caballito Andrade, que así era su apellido. Le decían Caballito, ya se pueden imaginar porqué. Era como el doble del famoso Caballo de la películas mexicanas de ficheras, pero más canilludo y en versión prieta  Su mamá fue la famosa Chofi, primer paletera del pueblo, a su hermanita la recuerdo porque era de la misma horma; ambas viven hasta hoy por el rumbo de la Segobiana, atrás de la prepa popular donde estudié. Nunca supe si tuvo oficio serio, el Razi vendió chicles de chiquito, boleó zapatos y chalaneó en los camiones Chiapa - Tuxtla. Ya de viejo colaboró en la presidencia municipal, fue ayudante de una primera dama; tal vez no tenía suerte para la chambas pero era muy decente y honrado. Siempre lo miraba caminando  en la carretera de acceso a Pintoland, entre el puente del río Chiquito y los Palmares, donde residía.
Una mañana no hace mucho me enteré del deceso del Caballito por José Popomeya, chofer del Canal 10, cuando nos dirigíamos a una comisión de tres días a la costa de Arriaga: "¿Conoció usted uno que le decían el Caballo, don Davi? Sí. Pues se acaba de morir, orita que llegamos a Chiapa escuchamos un carro de sonido que andaba perifoneando el sepelio y el entierro de un tal Caballito, allá por la entrada del pueblo". Ese viaje a la costa me impidió enterarme de inmediato de las causas del fallecimiento del amigo Razi y no pude estar presente en su parafernalia fúnebre. Cuando retorné  me informaron que  el Caballito había muerto de causa natural y que había tenido sus servicios funebres como Dios manda. Quedé de dar el pésame a los familiares pero nunca fui porque el Caballo Andrade fue más mi conocido que amistad.
El segundo martes de septiembre tomé mi microbus como a las ocho y media en la esquina de la casa y me senté del lado del conductor, en el asiento pegado a la ventanilla. Iba a trabajar a Tuxtla, como cualquier día.
Cuando transita por un lado del parque, el camioncito Chiapa-Tuxtla va lento, para esperar el pasaje que no alcanza a llegar a las paradas. En la mera curva del doctor Montero lo vi, ahí venía caminando el Caballito, en la misma ruta que lo había visto muchas veces, con la misma horma, el mismo paso. Y yo estaba bien despierto, con lo lentes puestos y en mis límites máximos de sobriedad. El microbus iba despacito porque también hay unos topes por ahí y lo mire con su pantalón gris y una camisa blanca, zapatos negros, no tenía cara de difunto ni de sufrimiento. Al Raziel se le veía viva la mirada no de zombi. Cuando pasé a su lado, yo arriba del camión, él caminando, no me miró a los ojos pero alcancé a ver que echó un vistaso de reojo y medio sonrió. Yo lo seguí con la mirada hasta que me dolió la nuca y él se perdió entre la gente que circula a esa hora de la mañana.
Lo primero que pensé es que el Caballo que se había muerto no era el que yo creía, tal vez otro cunca con el mismo seudónimo y el Raziel mi amistad, andaba trotando vivo como siempre. Pero en Chiapa no repiten los apodos, al que le cargan un sobrenombre lo lleva de por vida y lo hereda a su prole. Luego consideré que a lo mejor el que había visto era un cabrón que se le parecía, como dicen que habemos siete iguales en el mundo, pues y quien quita ése era uno de sus similares del Caballito Andrade. También me ha ocurrido que me dicen, por error, que un fulano, que tiene tiempo que no se le ha visto, ya es difunto y luego resulta que me lo encuentro bien  vivo. Una vez fui a dar un pésame en donde mi amistad no estaba muerta sino en terapia intensiva, pero la mitad del pueblo ya la había matado, no de mala fe pero sí con por el puro rumor.
La verdad es que no le di importancia al asunto y ese día ocurrieron otras cosas que me hicieron olvidar de plano mi encuentro cercano con un supuesto muerto.
 La semana pasada me topé en el mercado a la maestra Clotilde Andrade, compañera de la secundaría y prima del Caballito. Ella mé confirmó que sí, era el Razi que se había muerto del corazón, por un soplo que traía desde niño, tenía 43 años. Me contó también que había llegado mucha gente a su velada, donde se había jugado mucha baraja y dominó, con mucha repartidera de café con pan y traguitos de mistela y aguardiente. Ella y su marido pagaron la tamaliza del rezo de los cuarenta días.
 ¿Y cuándo fue el rezo de los 40 días? pregunté. El pasado martes 9, me dijo la Cloti. El mismo día que me crucé con el alma del Caballito en la calle. A los cuarenta días el finado se despide de su casa, de su pueblo y de los lugares por donde transitó, por eso se le hace un importante rezo para que se vaya en paz al inframundo.
Con la lengua echa bola, medio me despedí de la maestra - a quien no dije nada del asunto -  se me aflojaron la canillas y  sentí como que me hubieran untado vaporrú en la frente, hasta ganas de zurrar me dieron. Descanse en paz el buen Raziel Andrade, el Caballito.

viernes, 24 de agosto de 2012

Una Marimba llamada Alegría

 
 
La comunidad está un poco triste y por eso llevamos aquí a la alegría. Ya nos echamos dos días cargándola, pero si agarrábamos transporte no iba alcanzar para pagarla, pero valió la pena,  Aquí en Buenos Aires estamos como a legua y media de San Vicente, segunda sección. La llevamos así, con mecapal, porque allá arriba no llegan vehículos, son dos horas a pincel desde la carretera más cercana, pura sierra, pura subida.

Sí, somos dos nomás, don Manuelito y yo, que me llamo Arnulfo. Él la sabe tocar, estuvo con un grupo de la colonia Revolución Agraria, cerca de Siltepec. Yo sólo soy representante y cargador, la paga del costo la pusimos tres familias que nos tocó este año la fiesta de la virgen de la Asunción , allá tiene una su capilla. Esta marimbita es sencilla, como las que se tocan aquí en la Sierra y en Guatemala, no es de doble tecla, de lujo como las de Villaflores. Salen más caras, dice don Manuelito que son iguales que el piano, puedes tocar clarito el himno nacional, con esta también, más o menos, pero lo que interesa es que alegre la reunión y den ganas de bailar. La mercamos en Amatenango de las Frontera, ahí las hacen, de puro cedro, en la colonia Vicente Guerrero, desde allá la bajamos cargando, por veredas, por la carretera, por donde se puede, un rato yo, otro rato don Manuel. La primer noche la pasamos en una casa de huéspedes de Comalapa y de ahí subimos por el camino viejo del río hasta Mazapa de Madero a donde vive un señor que era nuestro vecino. Hoy salimos a las cuatro de la mañana y sí, estuvo duro por la subidona hasta aquí, a Buenos Aires, pero somos hombres de pie, estamos acostumbrados a doblar los cerros.
  Un rato carga uno el teclado y el otro acarrea las cajas de resonancia que, como son huecas, no pesan mucho. Nos la llevamos mita y mita, depende si es bajada o subida, si hay lodo o hay que brincar alguna cerca o alambrada. Venimos descalzos porque así no hay peligro que resbalemos. Acuñamos más el paso, los dedos ayudan con el agarre . Sería la desgracia que nuestra marimbita se maltratara y se descuadrara con alguna piedra, una rama y pierda su música o el afinado. Llevamos más delicado el camino, no es cualquier carga, no es leña, ni bulto, es cosa fina, hay que plantar bien el pie, nivelar el peso sobre la espalda y el tirón de la frente y la nuca, que es donde se acomoda el dolor. El mecapal es nuevo, de doble tejido, con cincha de cuero de piel de venado. Pero si te empinas mucho, se te cae la marimba por delante y si eso pasa mejor nos huimos para Huixtla o Tapachula, ni modo que regresemos a San Vicente con la verguenza y el encargo hecho pedazos.

 El puente hamaca del río que baja del viejo Cuilco lo cruzamos con la marimbita acostada, pepenando cada quien de un lado, como viga, así parada no pasaba entre los cables, estaban angostas las tablitas y se hamaqueaba mucho el paso. Orita estuvo duro porque después de Motozintla ya está bien parado el cerro, empinado, llovió un poquito anoche y la tierra roja es pegajosa en el suelo pero en la piedra es puro jabón. El que va atrás debe ir al tiro, por si da un mal paso el de adelante, lo ataja. No es peligroso para uno pero la carga debe llegar nueva. Cómo cree usted que la podamos llevar en mulas. No, el animal es fuerte pero no tiene tiento, donde se amarra para subir empuja la tirada y no le importa que el cargamento pegue en una ramazón o en las piedras, las bestias siguen su trilla, les vale lo que acarrean.

Allá arriba, donde vivimos no hay luz, no hay clínica, no hay escuela. Los niños bajan a estudiar a El Porvenir. Mi hermanito sale a las cinco para estar en la secundaria a las siete. Y con eso de que cambian el horario en el verano, los chamacos se tienen que levantar a las cuatro que en la hora de Dios son las tres y ahí salen caminando en plena oscuridad, entre la ñeblina o el norte. Hasta los chiquitos de la primaria y las niñas, que se acompañan con  los mayores, se van ayudando con sus afocadores, hay pasos feos, hay animales. Lo único bueno es que es bajada y llegan más rápido. Nuestra comunidad ha estado luchando para que se nos acerque un camino. Ya fuimos al municipio, a Motozintla, a Tapachula, el representante fue hasta Tuxtla y sí, nos dicen que sí, pero no, no hay compromiso por lo pronto.

En la comunidad sembramos la papa, la hortaliza, un poquito de maíz y bajamos a trabajar de peón en la fincas cafetaleras de Siltepec y Huixtla. Hace un mes terminamos la capillita de la virgen y como somos muy alegres llevamos la marimbita para el baile del mero 15 de agosto. El año pasado también hicimos gran fiesta y contratamos un tecladista de aquí de Motozintla. El señor músico subió en mula y sus aparatos los cargamos con mecapal, entre tres nos trepamos las dos bocinas y el teclado. La otra vez quisimos llevar un conjunto, los de la orquesta Flor de café, pero no quisieron jalar todos los del grupo, ya eran señores grandes, un montón de aparatos y hasta luces de colores y les íbamos a pagar bien, pero no querían quedarse a dormir allá y ni modo que los bajáramos en la madrugada.

Con esta marimba vamos a amenizar todas nuestras fiestas, bodas, cumpleaños, el baile de la virgen de la Asunción  no se diga. Y don Manuelito les va a enseñar  algo de marimbeada a los niños y a los grandes que la quieran aprender a tocar. Y todos los domingos por las tardes la vamos a sacar a la cancha de básket para que nos alegremos nosotros y los vecinos que nos visiten, si no podemos bajar a dominguear a Moto o al Porvenir allá arriba haremos nuestra propia paseadera aunque sea entre las puras nubes.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Juliana la de Amatenango

"Aquí subí, hasta el brazo de este monumento". Y doña Juliana López Pérez señala con su índice manchado de barro la estatua de la Libertad de Nueva York, cuando rememora sus viajes por el mundo." También me llevaron a Colorado y en Washington enseñé alfarería a los niños. Me extrañé mucho por allá, muy frío y las casas muy altas".

Podías pasar horas platicando con doña Juliana. Le gustaban las visitas y compartir sus experiencias y sabiduría con el que se acercara. La podías ver en su quehacer mientras conversaba contigo, no se molestaba si aparecían las cámaras o que preguntaras los secretos del oficio. Desde joven fue informante para antropólogos y también guía en exploraciones arqueológicas.

 Una vez le lleve pan y ella me invito café, varias veces nos tomamos las cervezas.
 Por si no lo sabías, Amatenango del Valle está como a 36 Km. de San Cristóbal y como a 100 de Tuxtla. La carretera Panamericana pasa a un costado. En una planicie, sembrado el caserío sobre una alfombra de maizal. Es el pueblo de las mujeres alfareras. Los hombres están en la milpa o adentro de la huertas, en las calles sólo miras niños y a las damas con sus atuendos coloridos. Aquí se moldean las piezas de barro sin torno, con las puras manos y se queman sobre el suelo, al aire libre, como hace cuatro mil años, antes que se inventara el horno.

 Así llegabas a la casa de doña Juliana y te encontrabas con doña Petrona, su hermana, enrollando con las palmas los gusanos de barro, como si fuera plastilina, y a la joven Simona dándole vida a un tigre o a una Paloma. Doña Juliana sentada en el piso en una posición como de yoga, una pierna extendida, la otra doblada y la espalda  derechita, sobándole la barriga a una tinaja esférica, enorme.

Además de atender la casa, cuidar a los hijos, preparar la comida, salir de compras y servir a sus maridos, todas la mujeres de este pueblo se dedican de tiempo completo  al oficio alfarero. Desde chiquitas aprenden con miniaturas de animalitos y se mueren con el pedazo de barro en la mano.

Verlas cocer sus trastes es subyugante, como asistir a una misa en donde se santifican oficios ancestrales. Todas las mujeres de la casa participan  y a veces se unen la vecinas cuando la carga es grande. Sobre los objetos de barro - ordenados, en capas, unos encima de otros - colocan enormes piras de leña y ocote que al golpe de la lumbre levantan una neblina de humo, espesa, olorosa,  que se agita con el viento o te cobija. Y cuando el trastamento está al punto, las mirás corriendo a la mujerada, quitando con las puntas de los dedos los leños ardientes y sacando las piezas con unas varas largas o pértigas. Terminan las señoras con sus rostros colorados por la cercanía del calor. Y al final, cuando se empieza a enfriar el ollaje les avientan una sagrada cruz de agua de atole para que el quemado amarre y no falte el alimento en la casa de los futuros dueños de la pieza.

Es el quehacer que se ve  todos los días, por los diferentes rincones del pueblo. Al finalizar la cocida del barro, las damas participantes se echan sus caguamas.

Cuando doña Juliana era niña los trastos los llevaban a mercar a San Cristóbal. El viaje era a pie y las piezas iban a lomo de bestia. Salían como a las tres de la mañana y llegaban a Jovel después del medio día. En aquellos tiempos la alfarería se limitaba a la producción de ollas, apastes y cántaros. Hoy se realizan múltiples y variados objetos de ornato y todo tipo de maceteros.

Cuenta Doña Juliana que desde muy joven su papá la mandó a trabajar con la familia de unas americanos investigadores que se establecieron en Amatenango. Ayudaba en la casa y cuidaba a los niños. También se fue de guía en las primeras exploraciones arqueológicas realizadas en Cerro Grande, Amawitz, - entre Amatenango y Teopisca y en San Nicolás, uno de los antiguos asentamientos del pueblo comiteco. Al paso de los años, los gringos se llevaron a Juliana a Sancris para dar cursos de alfarería e información de datos a estudiosos de diversas universidades del planeta.
"Despues la señora me dijo que me iba a llevar  a los Estados Unidos y nos fuimos en puro carro, desde San Cristóbal. Hicimos como nueve días hasta Nueva York, pasabamos las noches en hoteles". Por allá caminó enseñando su oficio milenario y experimentando con  los barros locales y hornos de alta tecnología.
El pasaporte de doña Juliana.
Luego, otra guera investigadora, casada con un tenejapaneco, la invitó a Colorado y en otro recorrido  dio muestras alfareras y más cursos en la ciudad de Washington.
Nos enseñó con orgullo el pasaporte. Sus fotos, rodeada por los mecos gringos, en exposiciones artesanales, con otras compañeras indígenas; con las familias que convivió y los niños que ayudo a criar. Aquí y allá lucía por su carácter amistoso y con todos caía bien. En una borrosa foto en blanco y negro la vemos navegando la bahía del Hudson, con cara de sorpresa, de frió y de la inquietud de "mirarme en medio de tanta agua". Era de sangre ligera la tía, reía con facilidad.
Sobre todo, los viajes le hicieron comprender el valor contenido en su humilde trabajo y por eso le gustaba compartirlo con cualquiera. A veces lo que en tu casa ignoras o menosprecias, afuera es admirado, me decía.
La ultima vez que platicamos, se quejó que no le gustaba la enorme estatua que le habían hecho por órdenes del gobierno estatal y que se puede observar en un esquina de San Cristóbal de las Casas.
"Muy negra toda, negra yo y negra mi ropa". A las indígenas tzeltales de Amatenango les gusta el color: los rojos, el amarillo, los azules. El tocado y la capita que usan traen un rayado parecido al diseño de las faldas escocesas. La indumentaria femenina de ese pueblo es una de las más bellas de Chiapas. La mentada estatua tiene un replica en la placita de Tapalapa, un pueblo muy tradicional de la región zoque.  Nunca quiso que la pusieran en su pueblo, no decía nada de los variados matices que conforman la vida  de su comunidad, tan apegada al coloradito del barro recién quemado.

En este momento doña Juliana está allá arriba creando palomas celestiales, soles sonrientes y toritos alegres en el paraíso de los tzeltales. Un saludo doñita, gracias por soportar mi espíritu metiche y compartir un poquito de su experiencia y de su vida. Quedan Simona, su hermana Petrona y las nietas para heredar sus enseñanzas y rememorar su noble espíritu mañana.

viernes, 3 de agosto de 2012

La Última Juglar de Chiapas




Es un caso raro, la última juglar de Chiapas, una mujer que dice las historias de su pueblo cantando, a capela, con sentimiento. La conocimos en la Casa de la Cultura de Tapìlula. Fuimos a grabar un programa de la serie Chiapas Nuestro a ese municipio de la Sierra Norte. "Vengan  a atender a doña Francisca - nos pidió Claudia Morales, la encargada, cuando preparábamos unas entrevistas con tejedores de mimbre-.  Por favor denle un espacio ahorita porque la señora es grande y tiene muchos mandados que hacer, ya se quiere ir". ¿Y qué hace doña Francisca? "Nos va a cantar a su modo las historias de Tapilula".
Y ahí estaba con su cabello trenzado, su rebozo, la mirada clara, la frente en alto, bien parada doña Francisca.
Con una voz fuerte, profunda, como platicado, como cantado, sin métrica, sin rima, de humilde sintaxis, al puro recuerdo, a veces brincando de un tema a otro, improvisando al hilo, llorando al recordar que era huerfana de padre y que se mamá se fajó para sacarla adelante, doña Francisca Benjamina  interpretó  su versión de los tiempos "que se borraron" de Tapilula.

Y se me provocaron imágenes de la selva que gobernaba esas montañas y la pobreza de los primeros pobladores. Y miré la iglesia antigua de San Bernardo y la presidencia municipal que estaba en una lomita de tierra amarilla.  Y el arrollo de agua limpia que cruzaba a media plaza. Como las páginas de un libro ancestral que se deshoja, como un ayer al parecer perdido.

Escucho a doña Francisca  Benjamina y recuerdo a los cantores de Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador de mis tareas de primaria. A los juglares que al acorde de un laúd revivían lo más sobresaliente de la vida cotidiana y también lo extraordinario. Trovadores trashumantes llevando con su ronco pecho chismes y hazañas a un público ávido de noticias cercanas y lejanas, antes de la invención de la imprenta y de los periódicos.
Y todos esos oficios ya perdidos o en vías de extinción, en donde la voz y la memoria eran los instrumentos principales de trabajo. El quehacer de la Invitadora, hoy desaparecido, es un ejemplo. Yo conocí a la última invitadora de Chiapa de Corzo. Una ancianita  que recorría las calles de la ciudad invitando, casa por casa, puerta por puerta, a los rezos, novenarios y salutaciones que se realizaban en los diferentes barrios. En  el portón de la casa de mi abuelita Lucinda pasaba anunciando con voz fuerte y clara: " Que dice doña fulanita que los espera el sábado en la iglesia de san Jacinto a las 10 de la mañana para la misa de los 40 días de su difunto marido don mengano de tal, que por favor los espera". Le pagaban cualquier miseria pero muchos vecinos la agasajaban con café, posol, pan o su taquito. Se murió la invitadora y despareció para siempre tan noble trabajo. Me da coraje que no me acuerde de su nombre.
En esta Edad del Apple, Era del Microchip, el mismo camino llevan los voceadores los gritones, los pregoneros  que deambulan bajo el sol por las banquetas y esquinas ofreciendo a grito pelado productos y servicios. Élite de anunciantes de todo, vendedores a golpe de calceta, chamberos de 7 oficios y 40 necesidades, - muchas veces las tres cosas a la vez - del pópulo callejero, incluyendo a los merolicos de feria y megafoneros con aparatos de sonido, que aún forman parte del paisaje urbano de nuestros  pueblos rurales. Antes era cotidiano escucharlos, hoy se transforman día a día en fantasmas de otras eras.
Doña Francisca Benjamina de Tapilula es la última sobreviviente de su clase. Juglar, juglaresa, trovadora o cantora de historias.
 Soy vestida de la raza
no me corto mi cabello
no me quito mi rebozo
porque así me lo enseñaba
mi mamá.

Además de cantar sus historias en donde la invitan, doña Francisca Benjamina, de 69 años cuando la conocí, se dedica a vender chocolate, pan y a criar cochi. También hace bolas de pulpa de tamarindo y es la guía de las oraciones que se elevan en las vísperas del día de los Santos de los barrios y en los rezos por el descanso de las almas de los difuntos.

Yo cargué piedra para la presidencia
porque mi calle era montaña
en el camino que andaba
eran puros espinales
y con machete chaporreaba.

A las pobres mujeres
sus hombres las chicoteaban
para que se levantaran
y batieran su posol.

Doña Francisca nos platica que fueron lo señores Abundio González y Rafael Morales quienes le enseñaron a cantar historias. Asegura que algunos capítulos se los dieron en  manuscritos, pero por más que le rogamos no quiso enseñarlos. "Están muy maltratadas las hojas- dijo - si las saco, se van a deshacer los cuadernos".
Platicó que a sus hijos no les gusta que ella cante, que les da vergüenza, porque piensan que la gente se burla y murmuran que está loca. ¿Qué va a pasar con sus escritos y sus historias cuando usted falte? "Antes de morirme les voy a pegar lumbre, las voy a quemar todas, capaz que se ríen de mí, cuando ya no pueda defenderme" Y lo asegura sonriendo, como burlándose, porque tiene un tesoro muy suyo que se va a llevar al otro lado y al olvido.

Escúchenme hermanos mios
si nadie me puede ver
por que yo no soy de nada
soy un pobre aire
que pasó por Tapilula.


Antes de seguir nuestro viaje, recuerdo que doña Francisca nos despide con un rezo y nos envuelve en el humo del incienso del palo de copal y le pide a San Bernardo que nos proteja de los hoyos del camino y que el equipo que usamos no falle en el trabajo, y que el trago no nos haga hacer locuras. Y yo me despido prometiéndole que regresaré con alguien del medio para grabar un disco con sus cantos, pero ella sabe en el fondo que soy un mentiroso involuntario y yo lo sé también. Pero saqué su imagen y un pedacito de sus historias en el programa de la tele, Chiapas Nuestro, como el momento estelar de mi visita a Tapilula y escribo estas palabras como un humilde homenaje a su memoria.

 Tengo la frente levantada
como la calle empedrada
que la gente caminaba
ahora es de cemento
donde ponen sus tacón dorado
y yo sigo siendo la misma.
Pobrecito de mi pueblo
ya pronto lo dejaré
pero que vivan mis hermanos
y los que están escuchando

¡Y que viva Tapilula
en lengua el águila real
porque Tapilula no se raja
aunque se ponga oscuro.¡

También me pueden a contactar por Facebook, como David Díaz Gómez y mi correo electrónico es diazbullard@hotmail.com


domingo, 8 de julio de 2012

Hombre Lobo en Cupasmí

¡Maestro, maestro, anoche lo volvieron a ver, mire usted, le salió a la hija de doña Chepita la vende bolona, tenía la cara llena de pelazón y colmillos de vampiro, dicen que aullaba como chucho cuereado. Sino pregúntele al Ramiro, él lo escuchó y se cagó de miedo el cochino. El hombre lobo, maestro¡
Ese día no hubo clases en las primarias de la Ribera. Hasta los maestros andaban en el arguende. Que ya eran tres veces que se estaba apareciendo el ánima. Don Cacho, hombre serio, se lo encontró como a las 9 de la noche en su tomatal y lo vio porque era luna llena, caminaba en dos patas y estaba descamisado, lucía galano pero panzudo y le colgaban chiches de hombre. Se asustó tanto don Cachito que lo tienen a base de agua de azúcar y lo están rameando en el recinto de Cupasmí.
 Y los maestros cruzaban historias, alimentados por el alboroto de los chamacos. Que a la buenota de la Barbi Zeferina, la que corta pelo en Tuxtla, le brincó por atrás a la hora que entraba a su patio. Por suerte con el griterío, salió el Octavio, su marido, prendió el foco del zaguán y se asustó el maldito aparecido. Dice la Zefe que apestaba a hediondo, la pepenó de la pierna o se la mordió. El Octavio platicó que tenía como unas marcas de dientes en el muslo.Y que lo que vio tenía más facha de Cadejo que de lobo.
Los cabrones chamaquitos no dejaban a los maestros en paz con preguntas. Maestrita ¿ cómo se mata al hombre lobo? y los mismos alumnos respondían: con balas de plata, así lo vi en el cine, Blue Demon se jode a los hombres lobos del Doctor Caronte, con unas balonas que fabrica con las cruces de plata de la iglesia. No es cierto, a mi me platicó mi abuelito que para joderlo hay que ponerse la ropa al revés, lo de adentro afuera, el zapato derecho en el izquierdo y así, y luego orinar el machete para que le entren los chingadazos. Qué burro sos Comemoco, así lo matan a la Cocha Enfrenada y al Cadejo, no al pijón del lobo. También dicen que hay que echarle matazacate o raticida a los charcos donde se retrata la luna llena, pues ahí abrevan los canijos..
Por la tarde se reunieron los agentes ejidales de la Ribera en el centro social o botanero Las Quince Letras de Cupía. Entre platitos de mango verde, manía salada y camarón pelado, acompañados por unas chipotonas bien muertas, las autoridades se dieron valor para hablar de tan peliagudo tema.
 Como al tercer cartón acordaron salir esa misma noche a linternear lo que podría ser el Cadejo, hombre lobo, chucho con rabia, nagual, coyote o lo que fuera.
 Tenían que verlo para saber como lo iban a matar y hasta pensaron en don Teodomiro Cerdio para que les vendiera unos doblones de plata - de esos que había encontrado en una olla enterrada en su terreno -por si había que reforzar unos tiros con ese fino material.
 Además don Toriano Alfaro platicó que una vez en la fiesta de Cumbujuyú, llegó con los juegos mecánicos un hombre lobo. Pero no lo traían de exhibición, era uno de los chalanes que ayudaba en la armada y desarmada de los caballitos y la rueda de la fortuna. Que era pacífico y hasta hablaba y razonaba como gente común. Eso sí, era puro pelo, sólo no tenía en los ojos y en los labios. La pelambre de los brazos le colgaba como crín de caballo. A lo mejor era ése, que se le había quitado lo humano, que tal vez se había escapado de la feria y que andaba jodiendo las riberas del río Grande.
Esa misma noche salieron a patrullar por diferentes rumbos, en camionetas, bicicletas, a pie y a caballo con varios chuchos cazadores y un par de rifles 22. Fueron a ver a Santiaguito, el espírita del recinto de Cupasmí. por si sabía algo. Él les dijo que de vampiros y hombres lobos no era su trato, su asunto era con las almas de los difuntos y los santos que hablaban a través de su lengua. Lo único que había visto Santiaguito eran unas bolas como de lumbre de colores que pasaban a rajamadre sobre los arenales del río Santo Domingo, pero que siempre aparecían antes de la época de lluvia.
Las autoridades y voluntarios de la Ribera rastrearon hasta que subió la niebla, como a las tres de la mañana. No hallaron más que bandas de chuchos bravos sin dueño, unos conejos y una tlacuacha cargada. También se toparon con Agenor el Chuparrosa - alegre manpito de la zona Galáctica -rebotando de pedo en el oscuro callejón de los Gómez. Ydeay vos Chuparrosa,¿ y si te sale el hombre lobo?, le preguntaron. "ojalá papito, pero para que me pise, me gustan los oreja peluda como tú", respondió el enervado.

Pasaron algunas días, pero no el temor y las habladurías por el hombre lobo de las riberas del Santo Domingo.
 El 23 de junio, noche de luna tierna, estaba doña Agapita Nangusé dormitando en su mecedora cerca del fogón, cansada de preparar tamales para el día de San Juan. Vio un bulto con forma de hombre que espiaba en el cuartito al fondo del traspatio, donde dormía la Tila Alberta, su ahijada y ayudanta. Pensó que era el Rósemberg, el ex marido de la Tila, que, sin su consentimiento, se metía a brincar con la culofácil de la ahijadita. Ya lo sospechaba. "Orita van a ver estos calientes", pensó echando bilis doña Agapita.
 Mujer de caracter cerrero, levantó del fogón un leño, todavía con brazas. Se fue caminando poco a poco, sin hacer ruido, en la oscuridad, hacia al hombre que, absorto y descamisado, espiaba, por una rendija de la ventana, el interior del cálido cuarto de la Tila Alberta.
Y sin decir nada le sorrajó el primer leñazo en el lomo. El hombre lobo aulló de dolor y doña Agapita por poco se muere del susto al mirar la carota peluda, pero reaccionó de pánico y le fajó otro chingadazo en la mera morra al espectro que, más aterrorizado que la viejita,  se perdió de un brinco entre dos palos de huizache .
Con la bulla gritó como loca la Tila Alberta, y se levantó mentando madres don Lisandro marimbero, el vecino. En el acto, con un silbido sordo, el músico mandó a sus perros bravos a la carga.
  No buscaron mucho. En el terreno de don Lisa se escuchaban pujidos mezclados con lamentos y la chuchada ladraba como cuando rodean una presa. don Lisandro se armó de guevos y con un marro acudió al escandalo de los perros.
 Ahí lo vieron, atrapado en un pozo recién abierto para fosa séptica. Con la mitad superior del cuerpo colgando hacia el fondo y las patas atoradas en las gruesas trenzas de alambre de púas, las que se siembran alrededor de un hoyo para la protección de los chivos y  los cochis.
Rodeado por los chuchos mordisqueantes, el bulto se sacudía como pescado fuera del agua; gruñendo y hablando en lenguas.
  De repente la aparición se quedó quieta, jadeaba como ser humano. Entonces, cuando don Lisandro se acercaba para propinar un marrazo mortal, el hombre lobo habló:
Por favor, don Lisa no me mate, no me mate, soy yo, -se arrancó la mascara hechiza de luchador triple A - Renato, el nieto de su comadre doña Tiburcia, estaba ido pero ya regresé orita.
  Renato Godínez era en aquel entonces chalán de chofer y cobrador en los camioncitos de pasajeros de la ruta Chiapa-Tuxtla. Un buen hombre, que mientras no estuviera bolo, era muy servicial y no se metía con nadie. Bueno para bailar sones e interpretar a capella las canciones del Charro Avitia y Cornelio Reina. Personalmente lo traté cuando era bolero y vende refrescos en las clásicas tandas del cine Lux. Sabíamos que había estado en la policía estatal y que en su juventud practicaba la lucha libre. Lo que no conocíamos eran sus mañas de lobo humano.
Lo encerraron en la agencia municipal de Cupasmí, en el baño y excusado que también sirve de celda. Allá llegó llorando la abuela Tiburcia, a las dos de la mañana, cuando empezaba el primer aguacero del día de San Juan.
 Doña Tiburcia, señora distinguida, conocida por generaciones como rezadora y criadora de chompipis para la navidad, le explicó a las autoridades presentes y a los metiches - que ya se desvelaban por el arguende - que su nieto no era malo pero que tenía la enfermedad de luz de luna.
 Desde chiquito, cuando se murió su mamá y quedó en poder de la viejita, el Renato padecía de temblorinas y  tiricia. Las noches, con luna de cacho, le daban más duro las tembladeras y se desvanecía echando espuma por la boca. El doctor Vargas de Chiapa de Corzo le diagnosticó la epiléptica y le aconsejó que le metiera un palo bajo la lengua para que no la mordiera en los ataques. Con la pubertad al Renatón le daba por la cantadera a media noche y por perseguir a la burra del corral. Luego descubrió el trago y al parecer con eso se calmaba el pobrecito. Pero doña Tiburcia nunca soñó que al Renatío se inclinara a la espantada.

Por su parte, el buen Renato declaró, - como a las tres de la mañana, mientras caía un segundo porrazo de agua con truenos-, que por su enfermedad, toda la vida había sufrido desprecio y burlas , principalmente de las mujeres. Logró entrar a la policía estatal y ya le iban a dar pistola, pero en una formación, ante un mayor que venía de otro lado, le dio el daño y dejo mal a la corporación y a sus superiores.
Trató de abrirse paso como luchador pues le gustaban los madrazos y no le tenía miedo al dolor. En la cuadra del Tury, en Tuxtla, le dieron chance que entrenara y participó en un par de combates con el sobrenombre de Halcón Rubio. "Chula mi mascara, dorada, pero cuando me enfrenté al Ángel Loco, a medio combate, me dio la retorcedera y aventaba espuma por la boca. Me desvanecí y el público pensó que era parte de mi estilo y aplaudían. Cuando vieron que ya no me paré, me tiraron de todo y me rementotiaron la madre. Más que espectáculo di lástima".
El Renato tuvo mujer ya viejo, la conoció y la quiso enamorar en la zona de tolerancia El Cocal. Llegaba enmascarado porque así inspiraba admiración y respeto entre madrotas y pirujas."Tuve dos queriditas de tiempo completo, a una de ellas le quise poner cuarto. Las enamoraba enmascarado y luego les mostraba mi jeta. Pero siempre les asustó mi enfermedad, ninguna suripanta quiere trato con un fulano que se pone rabioso y tira putazos a lo loco".
Juró casi llorando que sólo con el tragó se le quitaba la epilepsia. Desde la última fiesta de enero le metió con ganas y se le ocurrió comprarse otra máscara y probar suerte amorosa en la recién estrenada área  de perdición, bautizada por el gobierno estatal como la Zona Galáctica. Pero nunca pudo entrar el Renato, porque no dejaban pasar enmascarados y mucho menos medios pedos, así que agarró la caña afuera y se sumergió en la maldad que lo convirtió en espectro de lobo.
Su máscara la compró en el mercado de Tuxtla, era una réplica del Lobo Solitario, rudo feroz de la época del Santo. Los dientes de vampiro eran de plástico, de los que venden en la feria - la tamalera se los tumbó del leñazo, los encontraron en su corral - y los guantes eran de conductor, obsequio de su patrón y padrino Betanio Tawa, chofer de la linea Chiapa- Tuxtla.
El Renato juró, por San Caralampio, que sólo la primera vez que le agarró lo lobo recordaba como en sueños sus locuras. Creyó que eran efecto de la bolera. Las otras tres veces  no tuvo razón de cómo ni cuándo se disfrazaba. Al levantarse, bien crudo, amanecía raspado, sucio, sin camisa y con la máscara toda sudada abajo de la cama. Con total amnesia de sus andanzas nocturnas.
 Después, de mucho chillar, se declaró a la merced de sus mayores para que tomaran las riendas de su vida
A las cinco de la mañana, las autoridades del ejido determinaron que por el apego que los habitantes de Cupasmí dispensaban para doña Tiburcia -que había rezado en todos los novenarios de difuntos de los ahí presentes - Renatito no iba a ser entambado en el penal de Cerro Hueco, pues no había cometido más crimen que asustar a los desprevenidos y tentonear algunas viejas - si lo encarcelaban, la rezadora se moriría de la pena -. Así que decidieron trasladarlo, con la anuencia de doña Tiburcia, al asilo de enfermos mentales en Copoya.
Ese día 24 San Juan Bautista le abrió la puerta a un Sur, que mandó 72 horas seguidas de aguaceros. El río Grande y sus afluentes se salieron de cauce y arrasaron con algunos de los bajíos de la Ribera, incluyendo dos vacas y la finca de doña Usnavi Pascacio. Está desgracia apagó de plano la noticia de la captura del hombre lobo y en 15 días ya nadie se acordaba de las hechuras del Renatío,
En la casa de la risa, el Renatón fue sometido a choques eléctricos, baños de agua helada y ayunos forzados para borrarle los malos recuerdos. Muchos piensan que en el manicomio lobotomizaron al lobo. Estuvo ahí como un año. Luego se fue a los Estados Unidos y más tarde se le localizó en el puerto de Salina Cruz, Oaxaca.
En el 2005 regresó a Chiapa de Corzo, casado con un jucha chambeadora de nombre Anubia Delano. El Renato dejó el trago y se metió a la religión del Séptimo Día. Aseguran que controló su enfermedad. En Tejas aprendió el ofició de sastre y montó un  taller en la delegación Terán de Tuxtla Gutíerrrez. Tuvo tres hijos, a quienes los maloras chiapapintos les clavaron los lobitos.
Renato, el Hombre Lobo de Cupasmí, es hoy hombre de paz. Viene seguido a Chiapa de Corzo y a la Ribera. En todas las fiestas es bienvenido. Ningún conocido y menos un desconocido se atreve a recordarle sus viejas penas y sólo a los verdaderos amigos nos permite -sin el peligro que nos rompa la jeta- que le llamemos lobo.