lunes, 20 de febrero de 2012

Carnaval

 !Agárrense caretas que ya viene el carnaval¡ El carnaval de mi infancia fue el de Tapachula. Alegre y cachondón como ese rincón del Soconusco.Recuerdo que salían unos cabrones descamisados con unas capuchas picudas como las del KKK pero negras; traían en las manos unas enormes iguanas jiotas o caqueras agarradas de las colas y se las hechaban encima a las viejas y mirones que salíamos corriendo, mentándoles la madre a los encapuchados. Lo mejor era el paseo del Dragón, se lucían los chinos huacaleros con su dragonzote de varios metros de largo y gran cabeza. Ahí estábamos toda la plebe apuyuscados con cuates y vecinitas agarrándonos cariño con los apretones de la multitud.
 Cuando estudié la prepa en San Cristóbal experimenté varias ocasiones el carnaval Chamula. Ahí tuve mi bautizo de sagrado posh: ese aguardiente que te pone la cabeza en el cielo y las canillas como goma. Dicen los que saben que el carnaval Chamula es el Popol Vuh revivido; con sus Mashes de lentes de piloto, tocados de piel de mono saraguato y banderas floridas, corriendo sobre las ascuas de juncia y zacate. Casi imposible fotografiar este carnaval, ni siquiera cuando llegan las más altas autoridades mestizas. Prohibido sacar foto, a menos que haya un buen permiso o un mejor billuyo. Hay historias de cuncas camarógrafos de la televisión estatal - esos que acompañan al  gobernador en turno - que fueron regañados y sopapeados por las guardias caseros por querer pasarse de lanzas y grabar fuera del área de visita oficial. Sin una cámara de por medio los visitantes son recibidos en paz y la hospitalidad de los hermanos chamulas es excelente, con harto posh y música  de bolonchón de fondo hasta morir.
De los carnavales mestizos que conozco me gusta el de Ocozocoautla. Con sus ceremoniales sincréticos más cargados del lado indígena que del cristiano.  Excepcional el traje del Tigre: de manojos de ixtle pintado de colores, con la máscara circular colocada encima de la cabeza, que nos recuerda un poco al sombrero del campesino de Vietnam. En Ocozocoita se siente el toque de la sangre árabe en los enigmáticos Mahomas - uno de ellos trae una cara de cochí, de madera, colgada en la espalda - y la leyenda judía del pequeño David venciendo a los Gigantes, en una elaborada danza con la participación estelar del Caballito. Monos, Chores, entre otros personajes y los rituales de los Cohuinás - centros de la fiesta -,  nos arrastran con olor, sonido y sabor a lo más profundo de las raíces zoques hasta los casi mitológicos  olmecas.
En los carnavales de Coita y San Fernando son clásicos los combates con globos o  bolsas de bolis llenas de agua. Pelotones de muchachos y algunos viejos talegones - malandros y puliditos - salen a las calles a globear a quien se le ponga enfrente sin respetar edad o sexo. Hasta los visitantes llevan. Sin quererlo me ha tocado fuego cruzado y no sólo te bañan sino te pintan porque las aguas vienen coloreadas y algunos canijos hasta granadas de pipí preparan. Una tarde estaba pendejeando en una esquina, fuera de la bulla. De repente y de la nada me alcanzaron dos vejigazos entre oreja y nuca.  La calle estaba solitaria pero en las azoteas había picudos francotiradores. Por eso cuando vamos a fotografiar o a grabar esos carnavales les ponemos impermiables a las cámaras y andamos al tiro para no ser acribillados por los maloras.
Hay muchos y muy buenos carnavales en Chiapas, Una vez vi imágenes grabadas del carnaval chol de Tila, realizadas por el compa productor Hugo Astudillo. Me impresionó el combate que estelarizan los Tigres contra los Toros. Estos personajes forman cuadrillas y se reunen en la cancha de futbol para darse con todo. Hugo no captó mucho porque el cura del lugar empezó a megafonear desde la iglesia, arengando a los participantes que impidieran la videograbación del evento.
Otro carnaval atractivo y poco conocido es el del pueblo de Villa las Rosas o Pinola. El Tancoy le llaman a esta fiesta tzeltal llena de danzantes estrafalarios con  máscaras de madera, cartón o plástico bajo lentes oscuros. De polainas, con sombreros de charros, cascos de obreros, cachuchas de  gendarmes realzadas con todo lo imaginable: pajaritos disecados o tiras de condones, campanitas y bisutería por ejemplo. Los Contoyes se cuelgan en el pecho espejos, fotos familiares y recortes de periódico con las noticias viejas de sus estrellas favoritas.
Un profe tzotzil de Chenalhó me aseguraba que en el carnaval indígena todo se permite. La infidelidad marital no existe en esos días locos. Si el marido o la esposa se entera que en la vorágine carnavalera su pareja le puso el cacho, debe hacer como que no pasó nada y seguir el matrimonio en santa paz.
 En fin el carnaval es alegría, es cambio y catarsis, es aceptar lo que por dentro somos y lo que nunca asumiremos en la vida cotidiana. Este año vamos a enfrentar el carnaval mas importante del sexenio, habrán batucadas de promesas y enormes comparsas de acarreados. Los grandes lobos se disfrazarán de ovejas y los antifaces serán vendas en los ojos. Coronaremos un Rey Feo que podría ser una Reina - fea desde luego - y bailaremos todos al relajo de la mascarada de esperanzas. Ojalá al final nos quitemos el disfraz de la desidia y surjamos de la ceniza como ave fenix socialmente renovada.

sábado, 11 de febrero de 2012

El Día de San Valentín de Don Fernando

Cuando éramos chamacones en el Tapachula de los sesentas no sabíamos ni madre del Día de San Valentín. No había televisión y perdíamos el tiempo entre el cine, las cáscaras de futbol y las numerosas pozas que rodeaban a la Perla del Soconusco. Manuela todavía no asomaba la nuca pero al Richard, al Hernán, al Negro y a su servilleta nos gustaba ver a las morenas sin chichero que lavaban ropa entre las piedras del río Coatán. Soñábamos con la cercanía de las olimpiadas del 68 y que los que teníamos paga iríamos al  lejanísimo DF para ver a los atletas  por la tele. En uno de esos borrosos febreros de mi vida recuerdo que don Fernando, mi padre, nos ilustró por vez primera del mentado día de San Valentín, pero no nos habló del día del amor y la amistad sino del día de la masacre de mafiosos que le tocó mirar cuando andaba de indocumentado por Chicago.
Fernando tenía 20 años cuando emigró de bracero a Gueroland con la bendición de Antonio, caudillo de los 16 hermanos Díaz Bullard, quien le prestó una lana para alejarlo de Tapachula donde estaba agarrando una fama - no sé si infundada - de bravucón y rompecorazones. El caso es que el Nandón se fue en tren hasta Chicago, a donde ya radicaban muchos paisas, y trabajó en las fábricas de artículos electrodomésticos. Por su piel muy morena y su estatura, medía un metro ochenta y cinco, lo confundían con indio apache. Viajaba en los asientos de atrás de los autobuses, entre los negros segregados. Quiso aprender a jugar béisbol, pero en lo que sería  su primera atrapada de jardinero la bola le pegó en la cara y por poco le chispa el ojo, así se le acabarón las peloteras ganas. El 14 de febrero de 1929 caminaba cerca de la calle North Clark recuperándose de una madriza que le habían pegado unos polacos por enamorar a la hermana de uno de ellos -" no estoy manco pero me tuve que meter abajo de unos carros porqué eran cuatro, chaparritos, muy bravos y pegaban duro"- cuando escuchó no lejos el tracatraca de las tomygun.Vio algunos autos sospechosos que corrían y después el aullido de patrullas y ambulancias. Al llegar cerca del 2122 de la mentada calle, Fernando no alcanzó a ver a los agujereados pero sí un arrollito de  trago mezclado con sangre que salía por el portón de una bodega y apestaba a pólvora, a alcohol y a muerte; y el parpadeo de los flashes de los reporteros, y mujeres histéricas, llorando, que no podían pasar la valla de seguridad; y agentes con gabardinas a la Dick Tracy que se acercaban preguntando si alguien había visto algo. Por su calidad de indocumentado y porque no tenía nada que decir - solamente que le dieron ganas de cagar - el Nandón mejor ahuecó el ala.
Don Fernando a la izquierda de Al Capone (¡ya mero!).
 Mucho después mi padre se enteraría que Al Capone mandó a matar a Bugs Moran por el control del santo trago en aquella ciudad; corrían los alegres y mafiosos años de la aberrante Ley Seca. Capone mandó a sus verdugos disfrazados de policías mordelones para ganar acceso al local en donde había un cargamento de licor y ya adentro ajusticiarón a 7 con metralletas Thomson. Bugs Moran se salvó porque se levantó tarde y cuando llegó a North Clark los seudopolis estaban en la puerta.
Poco después de la matanza de San Valentín mi padre regresó a Chiapas; con  la lana que ganó de mojado se compró un proyector de cine y una pequeña planta de energía eléctrica y se dedico a la exhibición ambulante de películas en los pueblos y rancherías chiapanecas que tocaba el tren Panamericano. Durante el resto de su vida, cada vez que se acordaba y existía la oportunidad, rememoraba ese pasaje de su vida.
Por eso cada mes de febrero cuando hablan del día de San Valentín no salta a mi mente el querubín nalgón con la flecha emponzoñada de amor, ni pienso en el día de las tarjetas hipócritas con su noche de moteles y preservativos - el 14 de febrero hay que hacer cola para entrar en los primeros y los segundos se venden como pan caliente -. El día de San Valentín está en mi memoria con el lejano relato de don Fernando y no puedo evitar hablar  de Al Capone y de aquella estúpida Ley Seca que tuvo a los gueritos como 10 años echando trago en la clandestidad.