sábado, 11 de febrero de 2012

El Día de San Valentín de Don Fernando

Cuando éramos chamacones en el Tapachula de los sesentas no sabíamos ni madre del Día de San Valentín. No había televisión y perdíamos el tiempo entre el cine, las cáscaras de futbol y las numerosas pozas que rodeaban a la Perla del Soconusco. Manuela todavía no asomaba la nuca pero al Richard, al Hernán, al Negro y a su servilleta nos gustaba ver a las morenas sin chichero que lavaban ropa entre las piedras del río Coatán. Soñábamos con la cercanía de las olimpiadas del 68 y que los que teníamos paga iríamos al  lejanísimo DF para ver a los atletas  por la tele. En uno de esos borrosos febreros de mi vida recuerdo que don Fernando, mi padre, nos ilustró por vez primera del mentado día de San Valentín, pero no nos habló del día del amor y la amistad sino del día de la masacre de mafiosos que le tocó mirar cuando andaba de indocumentado por Chicago.
Fernando tenía 20 años cuando emigró de bracero a Gueroland con la bendición de Antonio, caudillo de los 16 hermanos Díaz Bullard, quien le prestó una lana para alejarlo de Tapachula donde estaba agarrando una fama - no sé si infundada - de bravucón y rompecorazones. El caso es que el Nandón se fue en tren hasta Chicago, a donde ya radicaban muchos paisas, y trabajó en las fábricas de artículos electrodomésticos. Por su piel muy morena y su estatura, medía un metro ochenta y cinco, lo confundían con indio apache. Viajaba en los asientos de atrás de los autobuses, entre los negros segregados. Quiso aprender a jugar béisbol, pero en lo que sería  su primera atrapada de jardinero la bola le pegó en la cara y por poco le chispa el ojo, así se le acabarón las peloteras ganas. El 14 de febrero de 1929 caminaba cerca de la calle North Clark recuperándose de una madriza que le habían pegado unos polacos por enamorar a la hermana de uno de ellos -" no estoy manco pero me tuve que meter abajo de unos carros porqué eran cuatro, chaparritos, muy bravos y pegaban duro"- cuando escuchó no lejos el tracatraca de las tomygun.Vio algunos autos sospechosos que corrían y después el aullido de patrullas y ambulancias. Al llegar cerca del 2122 de la mentada calle, Fernando no alcanzó a ver a los agujereados pero sí un arrollito de  trago mezclado con sangre que salía por el portón de una bodega y apestaba a pólvora, a alcohol y a muerte; y el parpadeo de los flashes de los reporteros, y mujeres histéricas, llorando, que no podían pasar la valla de seguridad; y agentes con gabardinas a la Dick Tracy que se acercaban preguntando si alguien había visto algo. Por su calidad de indocumentado y porque no tenía nada que decir - solamente que le dieron ganas de cagar - el Nandón mejor ahuecó el ala.
Don Fernando a la izquierda de Al Capone (¡ya mero!).
 Mucho después mi padre se enteraría que Al Capone mandó a matar a Bugs Moran por el control del santo trago en aquella ciudad; corrían los alegres y mafiosos años de la aberrante Ley Seca. Capone mandó a sus verdugos disfrazados de policías mordelones para ganar acceso al local en donde había un cargamento de licor y ya adentro ajusticiarón a 7 con metralletas Thomson. Bugs Moran se salvó porque se levantó tarde y cuando llegó a North Clark los seudopolis estaban en la puerta.
Poco después de la matanza de San Valentín mi padre regresó a Chiapas; con  la lana que ganó de mojado se compró un proyector de cine y una pequeña planta de energía eléctrica y se dedico a la exhibición ambulante de películas en los pueblos y rancherías chiapanecas que tocaba el tren Panamericano. Durante el resto de su vida, cada vez que se acordaba y existía la oportunidad, rememoraba ese pasaje de su vida.
Por eso cada mes de febrero cuando hablan del día de San Valentín no salta a mi mente el querubín nalgón con la flecha emponzoñada de amor, ni pienso en el día de las tarjetas hipócritas con su noche de moteles y preservativos - el 14 de febrero hay que hacer cola para entrar en los primeros y los segundos se venden como pan caliente -. El día de San Valentín está en mi memoria con el lejano relato de don Fernando y no puedo evitar hablar  de Al Capone y de aquella estúpida Ley Seca que tuvo a los gueritos como 10 años echando trago en la clandestidad.








1 comentario:

  1. Extraordinaria narrativa, mi buen David... felicidades... sigue dándonos esas historias...

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