martes, 10 de diciembre de 2013

"Qué vasté a llevar"



Cuando era chamaco me metía al mercado de Tapachula por dos cosas. Una era para echarme mi  espumoso chocomil con hielo, en los accesos del Sebastián Escobar, y la otra para leer las  revistas de Kalimán y Memín Pinguín, rentadas a 50 centavos por lectura.

 Me acuerdo de los olores del marañón y del plátano frito; de  las iguanas vivas con la huevera de fuera. De los pescados todavía coleando en cubetas de hielo raspado y las chinas morenas con canastones de chocolate que cadereaban en la bajada del Coatancito.
 Mientras esperábamos con paciencia nuestro turno - en la larga cola de imberbes sin oficio-  para ojear las tribulaciones de la Ma" Linda o las aventuras del Solín contra las Momias de Bonampak, veíamos pasar a la Guera bizca del chicozapote, a la ñora con el guajolotón en la cabeza, al palomero que gritaba" con chilorio y sin chilorio las palomitas".

 Eran muchos eventos, muchos colores y sonidos que se me quedaron grabados en mi alma de niño todavía inocente. Como decía el Clavillazo "pura vida nomás", eso representan los mercados.



Por eso, si quiero conocer un lugar me meto a sus mercados.
Ahí se ve la nervadura que conforma a una ciudad y alrededores. Y si puedo le echo fotos y vídeos pues su plástica expresiva es inagotable.



De vez en cuando, como en este caso, saco mis empolvados huacales con pencas fotográficas y las tiendo para los marchantes que deambulan en el cotidiano tianguis de los medios.

No tanto como para que compren,  sino  para que las magullen un poco con la  cálida atención de una mirada.