domingo, 9 de octubre de 2016

Hasta siempre Lichita


Era la princesa del Tapachula de los sesentas. Por su belleza congénita y su salero le ponía ambiente a las mejores pachangas del jet set guacalero. Morena, menudita, de ojos como estrellas que proyectaban la alegría de su espíritu y una sonrisa de dientes perfectos que ganaba amistades de inmediato y la atención de la jabalinada de la época. Se llamaba Alicia Díaz Gómez y provenía de la  legendaria familia de exhibidores de películas: los Díaz Bullard. 

Sociable, bailadora le daba coherencia a las tertulias que organizaban las Isasi, las Palomeque, las Pérez, las Parlange, las Monroy y todas las chicas guapas de la élite económica de aquellas tardes lluviosas del Tacaná. En las madrugadas de la segunda avenida sur número 15 no faltaban las serenatas con grupitos musicales de rock, tríos y mariachis, ambientada a veces de plomazos que echaba al aire el más campirano de sus enamorados. Puros pretensos de ligas mayores; entre los que pasaron por la puerta de la casa recuerdo al empresario millonario de Huixtla, al adonis piloto aviador de origen vasco, al espléndido ingeniero regiomontano y a los corazones rotos que dejó en su rápido paso por Europa: al Pino, sobre todo, el italiano que aprendió español para escribirle largas carta de amor, que Alicia leía en voz alta a sus amigas la Kity, la Socorrito y la bellísima Lily. Muchas veces fui su celestino y canchanchán. Ella me arrancó de los arrullos de Cri Crí para aventarme a la música de los Teen Tops y de los Locos del Ritmo, gracias a ella descubrí a los Beatles.
 En un primer viaje a Mérida conoció al hombre que se convertiría en su compañero de toda la vida y se la llevó al mayab. Con él participó en la aventura de regentear un restaurante y centro nocturno de abolengo yucateco, donde se presentaban artistas como Ana Martín, José José, Imelda Miller. Alicia fue la que sacó de los antros y moldeó al artista transexual campechano conocido como la Francis, quien años más tarde sería nacionalmente famoso. Fueron sus años maravillosos y para mí también ya que con el pretexto de darle una visita me escapaba al caribe mexicano cuando Can Cun no existía y en las playas paradisiacas de Tulum no había más que ruinas y pescadores.
Su vida transcurrió a la vera de su marido, trabajando aquí y allá, ella se hizo a su paso, se tornó lejana en la distancia pero en los reencuentros era pródiga en cariño y en presentes sencillos que hasta hoy tengo cerca y en uso cotidiano.
Se me fue hace unos días, en septiembre; una neumonía mal cuidada y la ausencia de su pareja, fallecido dos años atrás, dio al trasto con su ánimo y bajó la guardia permitiendo el adiós definitivo. Me quedé sin mi familia de origen: sin padre, madre y hermanos, como la última hoja de la rama de un árbol, con mis propios brotes pero sin obviar las ausencias que marcaron los primeros años de mi vida y en los que Alicia tuvo mucho que ver y que le agradezco etérnamente. Le sobreviven tres hijos y cuatro nietos. Y como dice el payaso del circo, sonriendo por fuera, triste tras el maquillaje, el show debe seguir, hermanita, tarde o temprano  estaremos otra vez juntos con papá, mamá, nuestro hermano y toda esa gente que nos quiso y que vela por los que quedamos, como tú seguramente lo haces ahora. Hasta siempre Lichita.