martes, 26 de junio de 2012

Clinton Come Pollito

Al Clinton lo pepenamos en un árbol encallado a la deriva. Don Carmelo, quien piloteaba la lancha fue el primero que lo vio. Allá, miren - gritó -, unos animales.
Regresábamos de videograbar una granja piscícola de mojarras tilapia por el rumbo de Apik Pak, más allá de la iglesia sumergida de Quechula. Pasamos la noche refugiados en la isla de Don Carmelo Altúzar, bajo el arrebato de una tormenta ventolera que azotó, con prolongado redoblar de gotas, el techo de lámina de la casita en donde estuvimos guarecidos.
Esa mañana estaba al tope los niveles de agua de la presa. Había muchos troncos y matorrales aportados por los caudales de los ríos que tributan al embalse. En un enorme árbol arrancado de raíz, aparecía el Clinton con otro animalito.
Con destreza y evitando los objetos sólidos, don Carmelo acercó la lancha a donde se encontraban los pequeños naúfragos. Son monos, comenté de entrada. No, corrigió alguien, son tejones, y están pichitos.
Eran una hembra y un macho, sabríamos después, y estaban de dias de nacidos. Seguramente su madre los trepó al árbol, sin considerar que algún torrente o derrumbe se lo llevaría entre las patas. Era un chicozapote y traía fruto maduros. Nos acercamos con la lancha hasta quedar afiazados en las ramas.
El hijo de don Carmelo se subió al tronco . Los animales chillaban, menenado sus narices, como explorando el desconocido olor de los humanos. El muchachón alcanzó a pescar uno de la cola y el otro se tiró al agua. De una rápida maniobra don Carmelo sacó la lancha de entre las ramas y rescatamos al tejoncito que nadaba desesperado.
Con unas camisetas los secamos y los envolvimos para que no nos arañaran. Sin contar la cola, eran como del tamaño de una mano. Me encargué del nadador hasta que llegamos a Raudales Malpaso.
Qué vamos hacer con éllos, le pregunté a don Carmelo. "Pues no sé, los voy a vender, pero si quiere ese que trae, lléveselo, si tiene donde criarlo", me respondió, adivinando mi intención en la mirada.
Los dejamos en la casa que nuestro anfitrión tenía en Raudales y dos dias después, al terminar nuestros quehaceres, pasé a recogerlo. Ahì lo tenían, chupando mamila el viejazo. Me lo dieron con toda y la mamila, con la recomendación que lo alimentara con fruta, musú de posol y atolito agrio. En una cajita, con buenos respiraderos, me lo llevé a Chiapa de Corzo.
Al llegar a casa fue como si hubiera aterrizado la cigueña. Le pusimos Clinton, por la narizota y porque estaba de moda las aventuras linguísticas del entonces presidente norteamericano.
Como en aquellos tiempos no llegaba a mi rancho el internet, investigué en la biblioteca que los animales que aquí mal llamamos tejones son en realidad coatíes. La ciencia los identifica como del genero Nasua, de la familia de los prociónidos. En Chiapas tambien les decimos pisotes. Es pariente de los osos y los mapaches. Los mayas antiguos los usaban de mascotas y dicen que su inteligencia es casi como la de un gato doméstico. Las hembras son más halladas con los humanos que los machos. Las tejonas integran manadas y los barracos son solitarios, les gusta agarrar camino, por eso también les nombran andasolos.
Clinton se convirtió en la mascota preferida de la casa, desplazando a la perrita Pituca del cariño de mis dos hijas, que lo chunguneaban como pichi tierno. Varias veces llevé al Clinton a la chamba, presumiendo mi mascota exótica a las viejas arguenderas, me sentía como Tarzán con la Chita, en aquella película cuando visitan Nueva York.
En la casa acabaron las hormigas, las cucarachas, los alacranes y hasta las pobres cuijas y lagartijas llevaron. Por la noche, el tejón entraba al cuarto y se enroscaba para dormir en la bolsa delantera de un viejo saco de vestir, que estaba colgado entre los tiliches
Todo iba muy bonito hasta que empezo a crecer el mentado Clinton. Las garras y los colmillitos se fueron alargando. En su busqueda de bichos acabó con todas la flores del jardín de doña Juanita, mi suegra y con las plantas de ornato de las macetas. Aunque me seguía como perro nunca le pude enseñar lo básíco y la casa empezó a apestar a animal salvaje. No le bastaban el patio ni el traspatio para sus andanzas, quería estar en las habitaciones con nosotros. Las mallas mosquiteras de ventanas y puertas cedieron bajo sus afiladas garras. Mi mujer y mi suegrita ya estaban más que encabronadas con el Clinton.
Los focos rojos se encendieron cuando empezó a desaparecer por las noches. La casa, ubicada en el centro urbano de Chiapa de Corzo, está rodeada por muchos patios arbolados y predios vacíos. Algún nervioso podría envenenarlo o dispararle, era un animal extraño merodeando en las azoteas y terrenos; una amenaza para sus árboles frutales, mascotas o  aves de corral. También le gustaba escaparse a la calle cuando miraba el portón abierto. Ahí me tenía el cabrón persiguiéndolo entre el tráfico, o sacándolo de abajo de lo carros estacionados.
Finálmente, un día, escuché a mi suegra que gritaba: ¡David, David, venga a ver rápido a su maldito animal¡ Estaba el Clinton comiéndose vivos a un par de pollitos que la viejita, sin medir el riesgo de la presencia del tejón, acababa de comprar para crianza. Uno estaba descabezado y se despachaba las entrañas del otro. Y mis hijas viendo la masacre.
Entonces decidimos de plano donarlo al zoológico Miguel Alvarez del Toro de Tuxtla Gutiérrez. Después de unos dias en cuarentena los especialistas nos dijeron que podría a ingresar al área de exhibición o ser reintegrado a su hábitat natural.

Como a los dos meses investigué entre los cuates del zoológico que varios tejones, entre ellos tres hembras y el Clinton, habían sido liberados en la zona de reserva del Cañón del Sumidero.
Yo lo encomendé a la Diosa de la Selva para que lo protegiera de los grandes gatos y los cocodrilos. A 15 años de distancia me lo imagino como un tejón viejo, enorme, con muchas hembras y crías, pero solitario, como todos los andasolos de su especie

miércoles, 20 de junio de 2012

El Sansón de Comalapa


Venía caminando en la orilla de la carretera, empapada la camisa, pujando en silencio. Con un ojo puesto en el camino y el otro en los vehículos que le pasaban cerca. Traía en su mecapal una carga de 20 sillas de madera de pino, de esas que se doblan. El bulto era casi de su estatura y la mayor parte del peso caía en el cincho de la frente, que parecía que en cualquier momento, de un mal jalón, le iba a partir en dos el cráneo. Avanzaba superconcentrado y la gente se detenía a verlo esa mañana de Frontera Comalapa.

Un par de niños que colocaban mercancía en una frutería dejaron de acomodar sandías para admirar al Hércules. Acostumbrados a cargar bultos pesados, seguramente sopesaron  la técnica y el balanceo aplicado por el colega adulto, para sobrellevar semejante carga. Un chofer se bajó de su trailer estacionado y alcancé a oír que con acento norteño decía: ¡No mames, qué bárbaro¡.
Empecé a seguirlo por las pocas cuadras que atraviesa la carretera federal a la altura de Comalapa. Nadie iba a creer lo que estaba viendo, así que saqué la cámara y me adelanté  para hacerle unos disparos.  Levantó la vista y me vio de frente "No tomés foto", ordenó, sin perder el paso rápido y la zancada corta que caracteriza a los que saben caminar montañas. Obedecí, guardé la voigthlander, pero ya le había robado dos imágenes.
Chaparrito, no más de 1.60 de estatura, flaco pero talludo,  treintón o cuaretón, con los indígenas es difícil adivinar la edad. Traía un desguachipado maletín cilíndrico sobre el pecho.¡ Golpe, golpe¡, gritaba, cuando se acercaba a personas distraídas o que se atravesaban en su avance. Todos le abrían cancha y haz de cuenta que había llegado el circo pues eramos varios los mirones que seguíamos sus pisadas y él parecía ajeno a todo el mitote generado con su involuntaria demostración de fuerza.
Sin descansar ni perder la trancada llegó a la altura de la gasolinera ubicada en  la salida a Comitán. Ahí se detuvo. Con la espalda a la pared se puso en cuclillas y descansó el bulto de sillas en el piso. Sacó un paliacate rojo de su maletín y  secó los hilos de sudor del rostro y la nuca. Estaba colorado, casi morado por el esfuerzo. Lo saludé y le pregunté su nombre. Ramón, me dijo a secas, todavía agarrando  resuello.
Traía un par de botellitas de agua en mi bolsa y le ofrecí una. Abrí la mía con la mano y él  desenroscó la suya con la presión de sus dientes. Dio un par de sorbos, se enjuagó la boca y lanzó a la cuneta tremendo buchazo. Luego se bebió la botellita de un jalón.
Hablaba poco español, con tirabuzón le saqué las palabras: que era indio jacalteco, de una colonia cercana a Guadalupe Victoria, casí en la linea divisoria de México y Guatemala, y que las sillas eran para la fiesta de bodas de su hija. Eran alquiladas y las tenía que devolver el lunes.
Los mitoteros nos acercamos al pilón de sillas. Unos machines como que hacían el intento de moverlas o levantarlas. Ni madres, pesaban como una caja fuerte. Ramón el Sansón de Siete Fuerzas nos miraba como quien ve a una cucaracha. Su mente y su preocupación andaban por otros lares.
 Esta dura la carga, le dije. Un poquito, respondió el cabrón mirando al suelo. Porqué no pagaste un carro si tienes dinero para la boda, contrataqué. Es que soy pobre y ya gasté lo que tenía, replicó atravezándome con  mirada de machete.
En su humilde español me contó que el yerno iba a poner la comida y la beberecua. A él le correspondía todo lo del ajuar de la casa, el vestido de la novía, los cohetes y el gasto de la misa. ¿Y la música?: "Esa la va  dar un mi hijo, ..trabaja en Tejas, mandó la paga".
También dijo que un compadre le iba a prestar su camioncito para recoger las sillas, pero se le descompuso cuando ya venían a Frontera Comalapa.
En ese momento se estacionó la camioneta de pasajeros que entra a la zona jacalteca. Entre el chalán del chofer y Ramón subieron la carga de sillas atrás, en la redila, en donde venían otros viajeros: algunos hombres parados y mujeres y niños acomodados sobre cajas y bultos. Así es el transporte público en muchas regiones rurales de Chiapas y Centroamérica
Antes que subiera al vehículo le ofrecí a Ramón un par de billetes . Me quedó viendo y habló fuerte " Soy pobre, no limosnero". No compa, insistí, es un regalito para el casorio, mercate un par de cartones de cerveza, a la salud de tu hija. No gracias, dijo de despedida y me dejó con el dinero en la mano.
Y se fue Ramón el Sansón, con su orgullo tan grande como su resistencia y fuerza física. Hombre hecho de todos los colores del maíz, corazón de chile seco. Seguramente creció cargando quintales de café, encorvado en la limpia de la milpa. Con una vida al día, como viven más de 50 millones de mexicanos.
Y yo quedé avergonzado, me sentí guevón, atolondrado, si apenas puedo cargar la bolsa con mi equipo fotográfico mucho menos unas sillas de la que llevaba el Ramón. Con seis de ésas se me chispa una hernia por el culo. ¿Y los gastos de la boda de una hija?, no me quiero sentir mal, así que acelero el paso para alejarme de semejante pensamiento.

sábado, 2 de junio de 2012

El Polo Sur en San Cristóbal.

  

No era granizo era hielo lo que llovía, cubitos de refrigerador, bolitas de pinpón, una de ellas me pegó en la morra y me dejó un chipote. El techo de la terminal de autobuses tronaba como que un río se estaba desplomando encima. La Sombrillona de la ñora que vende pan y atole afuera de la Cristóbal Colón estaba desgarrada como falda de hawaiana. Llegué a Sancris en pleno vejigazo, horas antes había estado con la Simona de Amatenango del Valle, le fui a tomar fotos de sus palomas de barro para un encargo de la revista Mundo Maya. En la chachara con la tía y la mamá, Juliana y Ramona,  se me fueron las horas entreveradas con unas caguamas de  medio día. Cuando tomé la combi o colectivo a San Coleto ya eran como las dos y media. Así que por Rancho Nuevo nos adentramos en un cielo siniestramente rojo y achocolatado, circulando entre ráfagas de viento culeras que empujaba la carcacha colectiva a sarandeadas. En la Curva de los Doctores, por poco nos rompemos la madre pues empezó un aguacero con remolinos de basura y casi nos topeteamos con un  pendejo que invadió el carril contrario y nuestro chofer, otro  penco, no veía por la cascada que nos caía de arriba, pero la libró al último segundo por un pelo de sapo. Todos brincamos y gritamos y el chamulo conductor se puso blanco como posol sin cacao.

Cuando pasamos Salsipuedes empezó la metralla de hielo. Poc,pom, poc, caían caniconas sobre el techo, ¡cuash¡ Qué pictes, esos no son granizo, son piedras. El combero  se paró enmedio de un embotellamiento y nos corrió a todos del vehículo. "¡Hasta aquí llego¡" gritó, como a una cuadra de la terminal de la Colón, a la cual entré con el agua en los calcetines, todo coscorroneado y empapado. En la avenida Insurgentes se empezó a formar  una escena del ártico.La capa de granizo fue creciendo en centímetros y micro icebergs bajaban navegando el cercano y crecido río Amarillo. "Jesús de la Santa Gloria - exclamaba una viejita - mi casa está cerca de La Isla , se va a inundar, San Caralampio protégenos". Media docena de chuchos mojados, calados hasta los huesos, asustados, observaban bajo un alero el brincadero de las chibolas blancas y las toreaban evitando el golpe. Entre la carretera federal y la mentada avenida Insurgentes quedó plantado un nudo de carros sin poder escapar y uno ya flotaba como barco enmedio de los témpanos. 
 Alguien de arriba escuchó a las ruquitas que rezaban porque con un par de truenos escalofriantes se fue la lluvia y paró el granizo, tan rápido y de repente como llegó. Y pareciera broma pero empezó a salir el sol. Afuera de nuestra guarida era el Polo sur en San Cristóbal. Esto me pasó hace como 6 años y se acaba de repetir de nuevo otra supergranizada en el 2012. Los dioses del agua hacen cosas raras en San Cristóbal de las Casas, Chiapas.