viernes, 24 de agosto de 2012

Una Marimba llamada Alegría

 
 
La comunidad está un poco triste y por eso llevamos aquí a la alegría. Ya nos echamos dos días cargándola, pero si agarrábamos transporte no iba alcanzar para pagarla, pero valió la pena,  Aquí en Buenos Aires estamos como a legua y media de San Vicente, segunda sección. La llevamos así, con mecapal, porque allá arriba no llegan vehículos, son dos horas a pincel desde la carretera más cercana, pura sierra, pura subida.

Sí, somos dos nomás, don Manuelito y yo, que me llamo Arnulfo. Él la sabe tocar, estuvo con un grupo de la colonia Revolución Agraria, cerca de Siltepec. Yo sólo soy representante y cargador, la paga del costo la pusimos tres familias que nos tocó este año la fiesta de la virgen de la Asunción , allá tiene una su capilla. Esta marimbita es sencilla, como las que se tocan aquí en la Sierra y en Guatemala, no es de doble tecla, de lujo como las de Villaflores. Salen más caras, dice don Manuelito que son iguales que el piano, puedes tocar clarito el himno nacional, con esta también, más o menos, pero lo que interesa es que alegre la reunión y den ganas de bailar. La mercamos en Amatenango de las Frontera, ahí las hacen, de puro cedro, en la colonia Vicente Guerrero, desde allá la bajamos cargando, por veredas, por la carretera, por donde se puede, un rato yo, otro rato don Manuel. La primer noche la pasamos en una casa de huéspedes de Comalapa y de ahí subimos por el camino viejo del río hasta Mazapa de Madero a donde vive un señor que era nuestro vecino. Hoy salimos a las cuatro de la mañana y sí, estuvo duro por la subidona hasta aquí, a Buenos Aires, pero somos hombres de pie, estamos acostumbrados a doblar los cerros.
  Un rato carga uno el teclado y el otro acarrea las cajas de resonancia que, como son huecas, no pesan mucho. Nos la llevamos mita y mita, depende si es bajada o subida, si hay lodo o hay que brincar alguna cerca o alambrada. Venimos descalzos porque así no hay peligro que resbalemos. Acuñamos más el paso, los dedos ayudan con el agarre . Sería la desgracia que nuestra marimbita se maltratara y se descuadrara con alguna piedra, una rama y pierda su música o el afinado. Llevamos más delicado el camino, no es cualquier carga, no es leña, ni bulto, es cosa fina, hay que plantar bien el pie, nivelar el peso sobre la espalda y el tirón de la frente y la nuca, que es donde se acomoda el dolor. El mecapal es nuevo, de doble tejido, con cincha de cuero de piel de venado. Pero si te empinas mucho, se te cae la marimba por delante y si eso pasa mejor nos huimos para Huixtla o Tapachula, ni modo que regresemos a San Vicente con la verguenza y el encargo hecho pedazos.

 El puente hamaca del río que baja del viejo Cuilco lo cruzamos con la marimbita acostada, pepenando cada quien de un lado, como viga, así parada no pasaba entre los cables, estaban angostas las tablitas y se hamaqueaba mucho el paso. Orita estuvo duro porque después de Motozintla ya está bien parado el cerro, empinado, llovió un poquito anoche y la tierra roja es pegajosa en el suelo pero en la piedra es puro jabón. El que va atrás debe ir al tiro, por si da un mal paso el de adelante, lo ataja. No es peligroso para uno pero la carga debe llegar nueva. Cómo cree usted que la podamos llevar en mulas. No, el animal es fuerte pero no tiene tiento, donde se amarra para subir empuja la tirada y no le importa que el cargamento pegue en una ramazón o en las piedras, las bestias siguen su trilla, les vale lo que acarrean.

Allá arriba, donde vivimos no hay luz, no hay clínica, no hay escuela. Los niños bajan a estudiar a El Porvenir. Mi hermanito sale a las cinco para estar en la secundaria a las siete. Y con eso de que cambian el horario en el verano, los chamacos se tienen que levantar a las cuatro que en la hora de Dios son las tres y ahí salen caminando en plena oscuridad, entre la ñeblina o el norte. Hasta los chiquitos de la primaria y las niñas, que se acompañan con  los mayores, se van ayudando con sus afocadores, hay pasos feos, hay animales. Lo único bueno es que es bajada y llegan más rápido. Nuestra comunidad ha estado luchando para que se nos acerque un camino. Ya fuimos al municipio, a Motozintla, a Tapachula, el representante fue hasta Tuxtla y sí, nos dicen que sí, pero no, no hay compromiso por lo pronto.

En la comunidad sembramos la papa, la hortaliza, un poquito de maíz y bajamos a trabajar de peón en la fincas cafetaleras de Siltepec y Huixtla. Hace un mes terminamos la capillita de la virgen y como somos muy alegres llevamos la marimbita para el baile del mero 15 de agosto. El año pasado también hicimos gran fiesta y contratamos un tecladista de aquí de Motozintla. El señor músico subió en mula y sus aparatos los cargamos con mecapal, entre tres nos trepamos las dos bocinas y el teclado. La otra vez quisimos llevar un conjunto, los de la orquesta Flor de café, pero no quisieron jalar todos los del grupo, ya eran señores grandes, un montón de aparatos y hasta luces de colores y les íbamos a pagar bien, pero no querían quedarse a dormir allá y ni modo que los bajáramos en la madrugada.

Con esta marimba vamos a amenizar todas nuestras fiestas, bodas, cumpleaños, el baile de la virgen de la Asunción  no se diga. Y don Manuelito les va a enseñar  algo de marimbeada a los niños y a los grandes que la quieran aprender a tocar. Y todos los domingos por las tardes la vamos a sacar a la cancha de básket para que nos alegremos nosotros y los vecinos que nos visiten, si no podemos bajar a dominguear a Moto o al Porvenir allá arriba haremos nuestra propia paseadera aunque sea entre las puras nubes.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Juliana la de Amatenango

"Aquí subí, hasta el brazo de este monumento". Y doña Juliana López Pérez señala con su índice manchado de barro la estatua de la Libertad de Nueva York, cuando rememora sus viajes por el mundo." También me llevaron a Colorado y en Washington enseñé alfarería a los niños. Me extrañé mucho por allá, muy frío y las casas muy altas".

Podías pasar horas platicando con doña Juliana. Le gustaban las visitas y compartir sus experiencias y sabiduría con el que se acercara. La podías ver en su quehacer mientras conversaba contigo, no se molestaba si aparecían las cámaras o que preguntaras los secretos del oficio. Desde joven fue informante para antropólogos y también guía en exploraciones arqueológicas.

 Una vez le lleve pan y ella me invito café, varias veces nos tomamos las cervezas.
 Por si no lo sabías, Amatenango del Valle está como a 36 Km. de San Cristóbal y como a 100 de Tuxtla. La carretera Panamericana pasa a un costado. En una planicie, sembrado el caserío sobre una alfombra de maizal. Es el pueblo de las mujeres alfareras. Los hombres están en la milpa o adentro de la huertas, en las calles sólo miras niños y a las damas con sus atuendos coloridos. Aquí se moldean las piezas de barro sin torno, con las puras manos y se queman sobre el suelo, al aire libre, como hace cuatro mil años, antes que se inventara el horno.

 Así llegabas a la casa de doña Juliana y te encontrabas con doña Petrona, su hermana, enrollando con las palmas los gusanos de barro, como si fuera plastilina, y a la joven Simona dándole vida a un tigre o a una Paloma. Doña Juliana sentada en el piso en una posición como de yoga, una pierna extendida, la otra doblada y la espalda  derechita, sobándole la barriga a una tinaja esférica, enorme.

Además de atender la casa, cuidar a los hijos, preparar la comida, salir de compras y servir a sus maridos, todas la mujeres de este pueblo se dedican de tiempo completo  al oficio alfarero. Desde chiquitas aprenden con miniaturas de animalitos y se mueren con el pedazo de barro en la mano.

Verlas cocer sus trastes es subyugante, como asistir a una misa en donde se santifican oficios ancestrales. Todas las mujeres de la casa participan  y a veces se unen la vecinas cuando la carga es grande. Sobre los objetos de barro - ordenados, en capas, unos encima de otros - colocan enormes piras de leña y ocote que al golpe de la lumbre levantan una neblina de humo, espesa, olorosa,  que se agita con el viento o te cobija. Y cuando el trastamento está al punto, las mirás corriendo a la mujerada, quitando con las puntas de los dedos los leños ardientes y sacando las piezas con unas varas largas o pértigas. Terminan las señoras con sus rostros colorados por la cercanía del calor. Y al final, cuando se empieza a enfriar el ollaje les avientan una sagrada cruz de agua de atole para que el quemado amarre y no falte el alimento en la casa de los futuros dueños de la pieza.

Es el quehacer que se ve  todos los días, por los diferentes rincones del pueblo. Al finalizar la cocida del barro, las damas participantes se echan sus caguamas.

Cuando doña Juliana era niña los trastos los llevaban a mercar a San Cristóbal. El viaje era a pie y las piezas iban a lomo de bestia. Salían como a las tres de la mañana y llegaban a Jovel después del medio día. En aquellos tiempos la alfarería se limitaba a la producción de ollas, apastes y cántaros. Hoy se realizan múltiples y variados objetos de ornato y todo tipo de maceteros.

Cuenta Doña Juliana que desde muy joven su papá la mandó a trabajar con la familia de unas americanos investigadores que se establecieron en Amatenango. Ayudaba en la casa y cuidaba a los niños. También se fue de guía en las primeras exploraciones arqueológicas realizadas en Cerro Grande, Amawitz, - entre Amatenango y Teopisca y en San Nicolás, uno de los antiguos asentamientos del pueblo comiteco. Al paso de los años, los gringos se llevaron a Juliana a Sancris para dar cursos de alfarería e información de datos a estudiosos de diversas universidades del planeta.
"Despues la señora me dijo que me iba a llevar  a los Estados Unidos y nos fuimos en puro carro, desde San Cristóbal. Hicimos como nueve días hasta Nueva York, pasabamos las noches en hoteles". Por allá caminó enseñando su oficio milenario y experimentando con  los barros locales y hornos de alta tecnología.
El pasaporte de doña Juliana.
Luego, otra guera investigadora, casada con un tenejapaneco, la invitó a Colorado y en otro recorrido  dio muestras alfareras y más cursos en la ciudad de Washington.
Nos enseñó con orgullo el pasaporte. Sus fotos, rodeada por los mecos gringos, en exposiciones artesanales, con otras compañeras indígenas; con las familias que convivió y los niños que ayudo a criar. Aquí y allá lucía por su carácter amistoso y con todos caía bien. En una borrosa foto en blanco y negro la vemos navegando la bahía del Hudson, con cara de sorpresa, de frió y de la inquietud de "mirarme en medio de tanta agua". Era de sangre ligera la tía, reía con facilidad.
Sobre todo, los viajes le hicieron comprender el valor contenido en su humilde trabajo y por eso le gustaba compartirlo con cualquiera. A veces lo que en tu casa ignoras o menosprecias, afuera es admirado, me decía.
La ultima vez que platicamos, se quejó que no le gustaba la enorme estatua que le habían hecho por órdenes del gobierno estatal y que se puede observar en un esquina de San Cristóbal de las Casas.
"Muy negra toda, negra yo y negra mi ropa". A las indígenas tzeltales de Amatenango les gusta el color: los rojos, el amarillo, los azules. El tocado y la capita que usan traen un rayado parecido al diseño de las faldas escocesas. La indumentaria femenina de ese pueblo es una de las más bellas de Chiapas. La mentada estatua tiene un replica en la placita de Tapalapa, un pueblo muy tradicional de la región zoque.  Nunca quiso que la pusieran en su pueblo, no decía nada de los variados matices que conforman la vida  de su comunidad, tan apegada al coloradito del barro recién quemado.

En este momento doña Juliana está allá arriba creando palomas celestiales, soles sonrientes y toritos alegres en el paraíso de los tzeltales. Un saludo doñita, gracias por soportar mi espíritu metiche y compartir un poquito de su experiencia y de su vida. Quedan Simona, su hermana Petrona y las nietas para heredar sus enseñanzas y rememorar su noble espíritu mañana.

viernes, 3 de agosto de 2012

La Última Juglar de Chiapas




Es un caso raro, la última juglar de Chiapas, una mujer que dice las historias de su pueblo cantando, a capela, con sentimiento. La conocimos en la Casa de la Cultura de Tapìlula. Fuimos a grabar un programa de la serie Chiapas Nuestro a ese municipio de la Sierra Norte. "Vengan  a atender a doña Francisca - nos pidió Claudia Morales, la encargada, cuando preparábamos unas entrevistas con tejedores de mimbre-.  Por favor denle un espacio ahorita porque la señora es grande y tiene muchos mandados que hacer, ya se quiere ir". ¿Y qué hace doña Francisca? "Nos va a cantar a su modo las historias de Tapilula".
Y ahí estaba con su cabello trenzado, su rebozo, la mirada clara, la frente en alto, bien parada doña Francisca.
Con una voz fuerte, profunda, como platicado, como cantado, sin métrica, sin rima, de humilde sintaxis, al puro recuerdo, a veces brincando de un tema a otro, improvisando al hilo, llorando al recordar que era huerfana de padre y que se mamá se fajó para sacarla adelante, doña Francisca Benjamina  interpretó  su versión de los tiempos "que se borraron" de Tapilula.

Y se me provocaron imágenes de la selva que gobernaba esas montañas y la pobreza de los primeros pobladores. Y miré la iglesia antigua de San Bernardo y la presidencia municipal que estaba en una lomita de tierra amarilla.  Y el arrollo de agua limpia que cruzaba a media plaza. Como las páginas de un libro ancestral que se deshoja, como un ayer al parecer perdido.

Escucho a doña Francisca  Benjamina y recuerdo a los cantores de Rodrigo Diaz de Vivar, el Cid Campeador de mis tareas de primaria. A los juglares que al acorde de un laúd revivían lo más sobresaliente de la vida cotidiana y también lo extraordinario. Trovadores trashumantes llevando con su ronco pecho chismes y hazañas a un público ávido de noticias cercanas y lejanas, antes de la invención de la imprenta y de los periódicos.
Y todos esos oficios ya perdidos o en vías de extinción, en donde la voz y la memoria eran los instrumentos principales de trabajo. El quehacer de la Invitadora, hoy desaparecido, es un ejemplo. Yo conocí a la última invitadora de Chiapa de Corzo. Una ancianita  que recorría las calles de la ciudad invitando, casa por casa, puerta por puerta, a los rezos, novenarios y salutaciones que se realizaban en los diferentes barrios. En  el portón de la casa de mi abuelita Lucinda pasaba anunciando con voz fuerte y clara: " Que dice doña fulanita que los espera el sábado en la iglesia de san Jacinto a las 10 de la mañana para la misa de los 40 días de su difunto marido don mengano de tal, que por favor los espera". Le pagaban cualquier miseria pero muchos vecinos la agasajaban con café, posol, pan o su taquito. Se murió la invitadora y despareció para siempre tan noble trabajo. Me da coraje que no me acuerde de su nombre.
En esta Edad del Apple, Era del Microchip, el mismo camino llevan los voceadores los gritones, los pregoneros  que deambulan bajo el sol por las banquetas y esquinas ofreciendo a grito pelado productos y servicios. Élite de anunciantes de todo, vendedores a golpe de calceta, chamberos de 7 oficios y 40 necesidades, - muchas veces las tres cosas a la vez - del pópulo callejero, incluyendo a los merolicos de feria y megafoneros con aparatos de sonido, que aún forman parte del paisaje urbano de nuestros  pueblos rurales. Antes era cotidiano escucharlos, hoy se transforman día a día en fantasmas de otras eras.
Doña Francisca Benjamina de Tapilula es la última sobreviviente de su clase. Juglar, juglaresa, trovadora o cantora de historias.
 Soy vestida de la raza
no me corto mi cabello
no me quito mi rebozo
porque así me lo enseñaba
mi mamá.

Además de cantar sus historias en donde la invitan, doña Francisca Benjamina, de 69 años cuando la conocí, se dedica a vender chocolate, pan y a criar cochi. También hace bolas de pulpa de tamarindo y es la guía de las oraciones que se elevan en las vísperas del día de los Santos de los barrios y en los rezos por el descanso de las almas de los difuntos.

Yo cargué piedra para la presidencia
porque mi calle era montaña
en el camino que andaba
eran puros espinales
y con machete chaporreaba.

A las pobres mujeres
sus hombres las chicoteaban
para que se levantaran
y batieran su posol.

Doña Francisca nos platica que fueron lo señores Abundio González y Rafael Morales quienes le enseñaron a cantar historias. Asegura que algunos capítulos se los dieron en  manuscritos, pero por más que le rogamos no quiso enseñarlos. "Están muy maltratadas las hojas- dijo - si las saco, se van a deshacer los cuadernos".
Platicó que a sus hijos no les gusta que ella cante, que les da vergüenza, porque piensan que la gente se burla y murmuran que está loca. ¿Qué va a pasar con sus escritos y sus historias cuando usted falte? "Antes de morirme les voy a pegar lumbre, las voy a quemar todas, capaz que se ríen de mí, cuando ya no pueda defenderme" Y lo asegura sonriendo, como burlándose, porque tiene un tesoro muy suyo que se va a llevar al otro lado y al olvido.

Escúchenme hermanos mios
si nadie me puede ver
por que yo no soy de nada
soy un pobre aire
que pasó por Tapilula.


Antes de seguir nuestro viaje, recuerdo que doña Francisca nos despide con un rezo y nos envuelve en el humo del incienso del palo de copal y le pide a San Bernardo que nos proteja de los hoyos del camino y que el equipo que usamos no falle en el trabajo, y que el trago no nos haga hacer locuras. Y yo me despido prometiéndole que regresaré con alguien del medio para grabar un disco con sus cantos, pero ella sabe en el fondo que soy un mentiroso involuntario y yo lo sé también. Pero saqué su imagen y un pedacito de sus historias en el programa de la tele, Chiapas Nuestro, como el momento estelar de mi visita a Tapilula y escribo estas palabras como un humilde homenaje a su memoria.

 Tengo la frente levantada
como la calle empedrada
que la gente caminaba
ahora es de cemento
donde ponen sus tacón dorado
y yo sigo siendo la misma.
Pobrecito de mi pueblo
ya pronto lo dejaré
pero que vivan mis hermanos
y los que están escuchando

¡Y que viva Tapilula
en lengua el águila real
porque Tapilula no se raja
aunque se ponga oscuro.¡

También me pueden a contactar por Facebook, como David Díaz Gómez y mi correo electrónico es diazbullard@hotmail.com