sábado, 29 de septiembre de 2012

Encuentro Cercano con un Muerto


Me irás a tachar de loco pero vi un muerto caminando en plena calle, a las ocho de la mañana y lo sé porque lo conozco o lo conocí cuando estuvo vivo. Ver difuntos que pasan a tu lado o te saludan es común en Chiapa de Corzo, no tanto como la aparición de duendes o las bolas de fuego, pero después de platicar este suceso entre cuates y familiares me contaron como de otra media docena de avistamientos similares.
 Son apariciones que tan te agarran de sorpresa que no te asustan, que te intrigan después cuando reaccionas, que te ponés frío o se te despeluca el cuerpo cuando te enteras que el que te dijo buenos días lo están velando en la sala de su casa con la ropa que le vistes puesta. Y te lo dice la gente seria, personas de reconocida calidad moral e intelectual, que te lo sueltan sin titubear, no lorenzos, pachecos o piñeros que nadie pela.
Y es que Chiapa de Corzo es tierra del Agua, porque está escrito que los surtidores y las corrientes viejas son portales  a mundos paralelos. A cien metros de la Plaza está el gran Grijalva y donde quiera que le escarbes encuentras agua.  El monumento principal del pueblo es una fuente, que por cierto ya anda pastoreando el medio milenio de antiguedad.
 Hay gente que se reune en bola para ir a chismear apariciones de duendes. Aquí a la vuelta de la casa vive un profe -famoso parachico tradicional - que a su nieto de 5 años le salía un duende a determinada hora. Vecinos y familiares se apersonaron en el patiecito en donde se materializaba  y escondidos, tras un biombo de otate y unas cortinas, medio lo alcanzaron a fisgonear. Pero a una doña le ganó el camaflash y pegó  destemplado grito que se escuchó hasta el parque y el duendecillo se chispó más espantado que los mirones y nunca regresó. Dicen que estaba muy bien arregladito, con un cincho grueso de hebilla relumbrante, botines de los tres mosqueteros y un sombrerito picudo; como de un cuarto de largo, muy flaco pero con timba chelera.
 En la histórica batalla del 21 de octubre de 1863 es reconocido por todos que un batallón de duendes salió de entre las raíces milenarias de la ceiba icónica conocida como la Pochota, mientras otro contigente apareció rapeleando entre los broqueles de la fuente mudéjar del parque y que fueron guerreros decisivos en la victoria de la batalla final por la plaza de Chiapa de Corzo." Dónde va usted a creer que iban a permitir que los Ortega tomaran agua de la Pila de Chiapa o que le pegaran lumbre a la Pochotona, que es la entrada a sus viviendas. Tenían unos puñalitos árabes, de punta de gancho, se trepaban en las nuca del invasor y les degollaban el gañote". Así platicaba doña Lucindita, mi abuela,  ella no lo vió pero una su tía Corisandra sí fue testigo.
También las bolas de lumbre son comunes, principamente durante las tormentas de rayos y las atraen las hamacas ocupadas.
 "Salite de la hamaca papacito porque en la tempestad pasan rodando por abajo y si te pegan te achicharran porque son pura luz blanca". A mi suegra Juanita le sucedió,estaba la tronadera afuera con aire y relampagos y por el corredor de la sala entró rebotando la mentada bola. Tirando chispas, pasó abajo de su hamaca donde estaba acostada y de un chibolaso con la piedra que atranca a la puerta salió disparada al traspatio y se estrelló en una galera, tirando tejas con un tronido hueco, pero sin quemar nada porque su calor es frío y sólo calcina la carne, dicen.
Pero volviendo al tema del morido que me encontré caminando a plena luz del día quiero platicarles que se llamaba Raziel, más conocido como el Caballito Andrade, que así era su apellido. Le decían Caballito, ya se pueden imaginar porqué. Era como el doble del famoso Caballo de la películas mexicanas de ficheras, pero más canilludo y en versión prieta  Su mamá fue la famosa Chofi, primer paletera del pueblo, a su hermanita la recuerdo porque era de la misma horma; ambas viven hasta hoy por el rumbo de la Segobiana, atrás de la prepa popular donde estudié. Nunca supe si tuvo oficio serio, el Razi vendió chicles de chiquito, boleó zapatos y chalaneó en los camiones Chiapa - Tuxtla. Ya de viejo colaboró en la presidencia municipal, fue ayudante de una primera dama; tal vez no tenía suerte para la chambas pero era muy decente y honrado. Siempre lo miraba caminando  en la carretera de acceso a Pintoland, entre el puente del río Chiquito y los Palmares, donde residía.
Una mañana no hace mucho me enteré del deceso del Caballito por José Popomeya, chofer del Canal 10, cuando nos dirigíamos a una comisión de tres días a la costa de Arriaga: "¿Conoció usted uno que le decían el Caballo, don Davi? Sí. Pues se acaba de morir, orita que llegamos a Chiapa escuchamos un carro de sonido que andaba perifoneando el sepelio y el entierro de un tal Caballito, allá por la entrada del pueblo". Ese viaje a la costa me impidió enterarme de inmediato de las causas del fallecimiento del amigo Razi y no pude estar presente en su parafernalia fúnebre. Cuando retorné  me informaron que  el Caballito había muerto de causa natural y que había tenido sus servicios funebres como Dios manda. Quedé de dar el pésame a los familiares pero nunca fui porque el Caballo Andrade fue más mi conocido que amistad.
El segundo martes de septiembre tomé mi microbus como a las ocho y media en la esquina de la casa y me senté del lado del conductor, en el asiento pegado a la ventanilla. Iba a trabajar a Tuxtla, como cualquier día.
Cuando transita por un lado del parque, el camioncito Chiapa-Tuxtla va lento, para esperar el pasaje que no alcanza a llegar a las paradas. En la mera curva del doctor Montero lo vi, ahí venía caminando el Caballito, en la misma ruta que lo había visto muchas veces, con la misma horma, el mismo paso. Y yo estaba bien despierto, con lo lentes puestos y en mis límites máximos de sobriedad. El microbus iba despacito porque también hay unos topes por ahí y lo mire con su pantalón gris y una camisa blanca, zapatos negros, no tenía cara de difunto ni de sufrimiento. Al Raziel se le veía viva la mirada no de zombi. Cuando pasé a su lado, yo arriba del camión, él caminando, no me miró a los ojos pero alcancé a ver que echó un vistaso de reojo y medio sonrió. Yo lo seguí con la mirada hasta que me dolió la nuca y él se perdió entre la gente que circula a esa hora de la mañana.
Lo primero que pensé es que el Caballo que se había muerto no era el que yo creía, tal vez otro cunca con el mismo seudónimo y el Raziel mi amistad, andaba trotando vivo como siempre. Pero en Chiapa no repiten los apodos, al que le cargan un sobrenombre lo lleva de por vida y lo hereda a su prole. Luego consideré que a lo mejor el que había visto era un cabrón que se le parecía, como dicen que habemos siete iguales en el mundo, pues y quien quita ése era uno de sus similares del Caballito Andrade. También me ha ocurrido que me dicen, por error, que un fulano, que tiene tiempo que no se le ha visto, ya es difunto y luego resulta que me lo encuentro bien  vivo. Una vez fui a dar un pésame en donde mi amistad no estaba muerta sino en terapia intensiva, pero la mitad del pueblo ya la había matado, no de mala fe pero sí con por el puro rumor.
La verdad es que no le di importancia al asunto y ese día ocurrieron otras cosas que me hicieron olvidar de plano mi encuentro cercano con un supuesto muerto.
 La semana pasada me topé en el mercado a la maestra Clotilde Andrade, compañera de la secundaría y prima del Caballito. Ella mé confirmó que sí, era el Razi que se había muerto del corazón, por un soplo que traía desde niño, tenía 43 años. Me contó también que había llegado mucha gente a su velada, donde se había jugado mucha baraja y dominó, con mucha repartidera de café con pan y traguitos de mistela y aguardiente. Ella y su marido pagaron la tamaliza del rezo de los cuarenta días.
 ¿Y cuándo fue el rezo de los 40 días? pregunté. El pasado martes 9, me dijo la Cloti. El mismo día que me crucé con el alma del Caballito en la calle. A los cuarenta días el finado se despide de su casa, de su pueblo y de los lugares por donde transitó, por eso se le hace un importante rezo para que se vaya en paz al inframundo.
Con la lengua echa bola, medio me despedí de la maestra - a quien no dije nada del asunto -  se me aflojaron la canillas y  sentí como que me hubieran untado vaporrú en la frente, hasta ganas de zurrar me dieron. Descanse en paz el buen Raziel Andrade, el Caballito.