¡Maestro, maestro, anoche lo volvieron a ver, mire usted, le salió a la hija de doña Chepita la vende bolona, tenía la cara llena de pelazón y colmillos de vampiro, dicen que aullaba como chucho cuereado. Sino pregúntele al Ramiro, él lo escuchó y se cagó de miedo el cochino. El hombre lobo, maestro¡
Ese día no hubo clases en las primarias de la Ribera. Hasta los maestros andaban en el arguende. Que ya eran tres veces que se estaba apareciendo el ánima. Don Cacho, hombre serio, se lo encontró como a las 9 de la noche en su tomatal y lo vio porque era luna llena, caminaba en dos patas y estaba descamisado, lucía galano pero panzudo y le colgaban chiches de hombre. Se asustó tanto don Cachito que lo tienen a base de agua de azúcar y lo están rameando en el recinto de Cupasmí.
Y los maestros cruzaban historias, alimentados por el alboroto de los chamacos. Que a la buenota de la Barbi Zeferina, la que corta pelo en Tuxtla, le brincó por atrás a la hora que entraba a su patio. Por suerte con el griterío, salió el Octavio, su marido, prendió el foco del zaguán y se asustó el maldito aparecido. Dice la Zefe que apestaba a hediondo, la pepenó de la pierna o se la mordió. El Octavio platicó que tenía como unas marcas de dientes en el muslo.Y que lo que vio tenía más facha de Cadejo que de lobo.
Los cabrones chamaquitos no dejaban a los maestros en paz con preguntas. Maestrita ¿ cómo se mata al hombre lobo? y los mismos alumnos respondían: con balas de plata, así lo vi en el cine, Blue Demon se jode a los hombres lobos del Doctor Caronte, con unas balonas que fabrica con las cruces de plata de la iglesia. No es cierto, a mi me platicó mi abuelito que para joderlo hay que ponerse la ropa al revés, lo de adentro afuera, el zapato derecho en el izquierdo y así, y luego orinar el machete para que le entren los chingadazos. Qué burro sos Comemoco, así lo matan a la Cocha Enfrenada y al Cadejo, no al pijón del lobo. También dicen que hay que echarle matazacate o raticida a los charcos donde se retrata la luna llena, pues ahí abrevan los canijos..
Por la tarde se reunieron los agentes ejidales de la Ribera en el centro social o botanero Las Quince Letras de Cupía. Entre platitos de mango verde, manía salada y camarón pelado, acompañados por unas chipotonas bien muertas, las autoridades se dieron valor para hablar de tan peliagudo tema.
Como al tercer cartón acordaron salir esa misma noche a linternear lo que podría ser el Cadejo, hombre lobo, chucho con rabia, nagual, coyote o lo que fuera.
Tenían que verlo para saber como lo iban a matar y hasta pensaron en don Teodomiro Cerdio para que les vendiera unos doblones de plata - de esos que había encontrado en una olla enterrada en su terreno -por si había que reforzar unos tiros con ese fino material.
Además don Toriano Alfaro platicó que una vez en la fiesta de Cumbujuyú, llegó con los juegos mecánicos un hombre lobo. Pero no lo traían de exhibición, era uno de los chalanes que ayudaba en la armada y desarmada de los caballitos y la rueda de la fortuna. Que era pacífico y hasta hablaba y razonaba como gente común. Eso sí, era puro pelo, sólo no tenía en los ojos y en los labios. La pelambre de los brazos le colgaba como crín de caballo. A lo mejor era ése, que se le había quitado lo humano, que tal vez se había escapado de la feria y que andaba jodiendo las riberas del río Grande.
Esa misma noche salieron a patrullar por diferentes rumbos, en camionetas, bicicletas, a pie y a caballo con varios chuchos cazadores y un par de rifles 22. Fueron a ver a Santiaguito, el espírita del recinto de Cupasmí. por si sabía algo. Él les dijo que de vampiros y hombres lobos no era su trato, su asunto era con las almas de los difuntos y los santos que hablaban a través de su lengua. Lo único que había visto Santiaguito eran unas bolas como de lumbre de colores que pasaban a rajamadre sobre los arenales del río Santo Domingo, pero que siempre aparecían antes de la época de lluvia.
Las autoridades y voluntarios de la Ribera rastrearon hasta que subió la niebla, como a las tres de la mañana. No hallaron más que bandas de chuchos bravos sin dueño, unos conejos y una tlacuacha cargada. También se toparon con Agenor el Chuparrosa - alegre manpito de la zona Galáctica -rebotando de pedo en el oscuro callejón de los Gómez. Ydeay vos Chuparrosa,¿ y si te sale el hombre lobo?, le preguntaron. "ojalá papito, pero para que me pise, me gustan los oreja peluda como tú", respondió el enervado.
Pasaron algunas días, pero no el temor y las habladurías por el hombre lobo de las riberas del Santo Domingo.
El 23 de junio, noche de luna tierna, estaba doña Agapita Nangusé dormitando en su mecedora cerca del fogón, cansada de preparar tamales para el día de San Juan. Vio un bulto con forma de hombre que espiaba en el cuartito al fondo del traspatio, donde dormía la Tila Alberta, su ahijada y ayudanta. Pensó que era el Rósemberg, el ex marido de la Tila, que, sin su consentimiento, se metía a brincar con la culofácil de la ahijadita. Ya lo sospechaba. "Orita van a ver estos calientes", pensó echando bilis doña Agapita.
Mujer de caracter cerrero, levantó del fogón un leño, todavía con brazas. Se fue caminando poco a poco, sin hacer ruido, en la oscuridad, hacia al hombre que, absorto y descamisado, espiaba, por una rendija de la ventana, el interior del cálido cuarto de la Tila Alberta.
Y sin decir nada le sorrajó el primer leñazo en el lomo. El hombre lobo aulló de dolor y doña Agapita por poco se muere del susto al mirar la carota peluda, pero reaccionó de pánico y le fajó otro chingadazo en la mera morra al espectro que, más aterrorizado que la viejita, se perdió de un brinco entre dos palos de huizache .
Con la bulla gritó como loca la Tila Alberta, y se levantó mentando madres don Lisandro marimbero, el vecino. En el acto, con un silbido sordo, el músico mandó a sus perros bravos a la carga.
No buscaron mucho. En el terreno de don Lisa se escuchaban pujidos mezclados con lamentos y la chuchada ladraba como cuando rodean una presa. don Lisandro se armó de guevos y con un marro acudió al escandalo de los perros.
Ahí lo vieron, atrapado en un pozo recién abierto para fosa séptica. Con la mitad superior del cuerpo colgando hacia el fondo y las patas atoradas en las gruesas trenzas de alambre de púas, las que se siembran alrededor de un hoyo para la protección de los chivos y los cochis.
Rodeado por los chuchos mordisqueantes, el bulto se sacudía como pescado fuera del agua; gruñendo y hablando en lenguas.
De repente la aparición se quedó quieta, jadeaba como ser humano. Entonces, cuando don Lisandro se acercaba para propinar un marrazo mortal, el hombre lobo habló:
Por favor, don Lisa no me mate, no me mate, soy yo, -se arrancó la mascara hechiza de luchador triple A - Renato, el nieto de su comadre doña Tiburcia, estaba ido pero ya regresé orita.
Renato Godínez era en aquel entonces chalán de chofer y cobrador en los camioncitos de pasajeros de la ruta Chiapa-Tuxtla. Un buen hombre, que mientras no estuviera bolo, era muy servicial y no se metía con nadie. Bueno para bailar sones e interpretar a capella las canciones del Charro Avitia y Cornelio Reina. Personalmente lo traté cuando era bolero y vende refrescos en las clásicas tandas del cine Lux. Sabíamos que había estado en la policía estatal y que en su juventud practicaba la lucha libre. Lo que no conocíamos eran sus mañas de lobo humano.
Lo encerraron en la agencia municipal de Cupasmí, en el baño y excusado que también sirve de celda. Allá llegó llorando la abuela Tiburcia, a las dos de la mañana, cuando empezaba el primer aguacero del día de San Juan.
Doña Tiburcia, señora distinguida, conocida por generaciones como rezadora y criadora de chompipis para la navidad, le explicó a las autoridades presentes y a los metiches - que ya se desvelaban por el arguende - que su nieto no era malo pero que tenía la enfermedad de luz de luna.
Desde chiquito, cuando se murió su mamá y quedó en poder de la viejita, el Renato padecía de temblorinas y tiricia. Las noches, con luna de cacho, le daban más duro las tembladeras y se desvanecía echando espuma por la boca. El doctor Vargas de Chiapa de Corzo le diagnosticó la epiléptica y le aconsejó que le metiera un palo bajo la lengua para que no la mordiera en los ataques. Con la pubertad al Renatón le daba por la cantadera a media noche y por perseguir a la burra del corral. Luego descubrió el trago y al parecer con eso se calmaba el pobrecito. Pero doña Tiburcia nunca soñó que al Renatío se inclinara a la espantada.
Por su parte, el buen Renato declaró, - como a las tres de la mañana, mientras caía un segundo porrazo de agua con truenos-, que por su enfermedad, toda la vida había sufrido desprecio y burlas , principalmente de las mujeres. Logró entrar a la policía estatal y ya le iban a dar pistola, pero en una formación, ante un mayor que venía de otro lado, le dio el daño y dejo mal a la corporación y a sus superiores.
Trató de abrirse paso como luchador pues le gustaban los madrazos y no le tenía miedo al dolor. En la cuadra del Tury, en Tuxtla, le dieron chance que entrenara y participó en un par de combates con el sobrenombre de Halcón Rubio. "Chula mi mascara, dorada, pero cuando me enfrenté al Ángel Loco, a medio combate, me dio la retorcedera y aventaba espuma por la boca. Me desvanecí y el público pensó que era parte de mi estilo y aplaudían. Cuando vieron que ya no me paré, me tiraron de todo y me rementotiaron la madre. Más que espectáculo di lástima".
El Renato tuvo mujer ya viejo, la conoció y la quiso enamorar en la zona de tolerancia El Cocal. Llegaba enmascarado porque así inspiraba admiración y respeto entre madrotas y pirujas."Tuve dos queriditas de tiempo completo, a una de ellas le quise poner cuarto. Las enamoraba enmascarado y luego les mostraba mi jeta. Pero siempre les asustó mi enfermedad, ninguna suripanta quiere trato con un fulano que se pone rabioso y tira putazos a lo loco".
Juró casi llorando que sólo con el tragó se le quitaba la epilepsia. Desde la última fiesta de enero le metió con ganas y se le ocurrió comprarse otra máscara y probar suerte amorosa en la recién estrenada área de perdición, bautizada por el gobierno estatal como la Zona Galáctica. Pero nunca pudo entrar el Renato, porque no dejaban pasar enmascarados y mucho menos medios pedos, así que agarró la caña afuera y se sumergió en la maldad que lo convirtió en espectro de lobo.
Su máscara la compró en el mercado de Tuxtla, era una réplica del Lobo Solitario, rudo feroz de la época del Santo. Los dientes de vampiro eran de plástico, de los que venden en la feria - la tamalera se los tumbó del leñazo, los encontraron en su corral - y los guantes eran de conductor, obsequio de su patrón y padrino Betanio Tawa, chofer de la linea Chiapa- Tuxtla.
El Renato juró, por San Caralampio, que sólo la primera vez que le agarró lo lobo recordaba como en sueños sus locuras. Creyó que eran efecto de la bolera. Las otras tres veces no tuvo razón de cómo ni cuándo se disfrazaba. Al levantarse, bien crudo, amanecía raspado, sucio, sin camisa y con la máscara toda sudada abajo de la cama. Con total amnesia de sus andanzas nocturnas.
Después, de mucho chillar, se declaró a la merced de sus mayores para que tomaran las riendas de su vida
A las cinco de la mañana, las autoridades del ejido determinaron que por el apego que los habitantes de Cupasmí dispensaban para doña Tiburcia -que había rezado en todos los novenarios de difuntos de los ahí presentes - Renatito no iba a ser entambado en el penal de Cerro Hueco, pues no había cometido más crimen que asustar a los desprevenidos y tentonear algunas viejas - si lo encarcelaban, la rezadora se moriría de la pena -. Así que decidieron trasladarlo, con la anuencia de doña Tiburcia, al asilo de enfermos mentales en Copoya.
Ese día 24 San Juan Bautista le abrió la puerta a un Sur, que mandó 72 horas seguidas de aguaceros. El río Grande y sus afluentes se salieron de cauce y arrasaron con algunos de los bajíos de la Ribera, incluyendo dos vacas y la finca de doña Usnavi Pascacio. Está desgracia apagó de plano la noticia de la captura del hombre lobo y en 15 días ya nadie se acordaba de las hechuras del Renatío,
En la casa de la risa, el Renatón fue sometido a choques eléctricos, baños de agua helada y ayunos forzados para borrarle los malos recuerdos. Muchos piensan que en el manicomio lobotomizaron al lobo. Estuvo ahí como un año. Luego se fue a los Estados Unidos y más tarde se le localizó en el puerto de Salina Cruz, Oaxaca.
En el 2005 regresó a Chiapa de Corzo, casado con un jucha chambeadora de nombre Anubia Delano. El Renato dejó el trago y se metió a la religión del Séptimo Día. Aseguran que controló su enfermedad. En Tejas aprendió el ofició de sastre y montó un taller en la delegación Terán de Tuxtla Gutíerrrez. Tuvo tres hijos, a quienes los maloras chiapapintos les clavaron los lobitos.
Renato, el Hombre Lobo de Cupasmí, es hoy hombre de paz. Viene seguido a Chiapa de Corzo y a la Ribera. En todas las fiestas es bienvenido. Ningún conocido y menos un desconocido se atreve a recordarle sus viejas penas y sólo a los verdaderos amigos nos permite -sin el peligro que nos rompa la jeta- que le llamemos lobo.
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