sábado, 14 de abril de 2012

Las Fábulas del Chichonal


4 de abril de 1982
No que muy salsa, muy machito, te sentías Robert Capa pero no llegas ni a fotógrafo de caballito, qué, te asustó el volcán, ¿estuvieron duros los reatazos? creías que era como verlo en el cine, en tu butaca, comiendo palomitas. Es el verdadero Dios encabronado, una pizquita de la fuerza bestial del Universo, pero la guerra no se hizo pa la divas. La Naturaleza te habló en Voz Alta y te convirtió en gallina.
Deja de joder a tu hijo, Nando.  Este muchacho no nos tiene la menor consideración. Espérate ingrato a que yo me muera para que hagas lo que se te pegue tu regalada gana.  Como madre te digo que el que ama el peligro en el perece. Tienes a tu mujer y a tu hijo tierno. Pobre Teresita, vas a sufrir mucho con este cabrón, dile a la Topoyiya que cuando acabe de barrer la ceniza del techo vaya a cortar albahaca a la casa de doña Eustolia, para que le demos su rameada a tu marido.

29 de marzo de 1982
Ring, Ring. ¿México Desconocido?, con la señora Guillermina Meaney, llamo de Chiapas. Doña Gullermina, habla David, su colaborador esporádico. Cómo ve que le cubra algo del Chichonal. Nos queda más o menos como a siete horas de Tuxtla.¿Qué, ustedes no se hacen responsables si algo nos ocurre?, no se preocupe ya pasó la erupción y en un par de días todo va a volver a la normalidad. ¿Tampoco nos van a pagar gastos? sí, ya sabemos la política de la empresa. ¿ Qué, no es seguro que lo publiquen, porque a lo mejor mandan a otra gente? bueno, ahí se lo llevo, tal vez algo le sirva.

Ring, Ring. ¿Qué pasó mi Químico, mucha chamba en el laboratorio? Ya hablé a México, a la revista y están muy interesados, seguro te van a dar portada. ¿Vas a poder ir? Está nuevo tu carrito, sí, no te preocupes, llegamos bien, hasta donde podamos entrar y de ahí seguimos con los de rescate, los guachos o la cruz roja, ahí vemos. El volcán ya hizo erupción y por allá siempre llueve, con el cielo limpio vamos a poder fotografiar la fumarola desde lejos, cuando menos.   ¿Vas a comprar unos filtros de aire para tu motor y unas mascarillas como las de los fumigadores? Sale. Entonces partimos el viernes al mediodía para regresar sábado o domingo temprano. Vientos, nos vemos.

En Chiapa de Corzo eran las doce del día, pero has de cuenta que eran casi las siete de la noche. La Oscuridad no solo estaba arriba, te amortajaba. Intrusa, espesa , estacionada en las habitaciones, en  la intimidad de las recámaras, sobre el agua y la comida. En todo había ceniza, finita casi niebla. Llegó como una nube compacta, como corpórea, al ras del suelo, arrastrándose por las cañadas, enrolladose en los arboles, sobre los postes, chupando la luz de los focos.

 2 de abril de 1982
Camino a Pichucalco el panorama era de un blanco chorreado, sucio.  Nunca antes lo había visto pero parecía un paisaje nevado, de tarjeta navideña en blanco y negro. Ixtapa, Soyaló, Bochil eran unos pambazos. Las personas trepadas en tejados y azoteas barrían la ceniza. Con paliacates cubriendo la  nariz y la boca. Viejitas enrebozadas como musulmanas, que nada más se les veían los ojos, caminaban rezando o maldiciendo. Todos estábamos prematuramente encanecidos, con polvo hasta en las cejas y pestañas. A la altura de Jitotol - cerca de los 2 mil metros snm -  el cielo estaba claro, azul, como si nada hubiera ocurrido, Carretera abajo, sobre un océano ceniciento  resaltaba  la nube volcánica, como atómica, cilíndrica, titánica que llegaba hasta la estratosfera. Y no nos paramos a tomar fotos porque dijimos "no te preocupes, sigamos,  mañana vamos a tener tomas mejores".


Semana Santa en Chiapa de Corzo, bajo la ceniza.
La Selva Negra era ceniza. Rayón , Tapilula, Solosuchiapa parecían deshabitados. El suelo no sólo estaba cubierto de polvo, había caído un aguacero apocalíptico de agua caliente, arena,  grava. Y piedras del tamaño de una mano. Los techos de muchas casas humildes por los suelos. Los cafetales como cadáveres desmembrados y los platanares  y los arboles de cacao acribillados. Un enorme cerdo deambulaba perdido a media carretera. Los arroyos eran de lodo y con mucha corriente a pesar de ser época de seca. En la gasolinera de Tapilula, los chalanes de las bombas nos veían como diciendo ¿ a dónde van estos pendejos ? Los pocos vehículos que encontramos, todos iban en sentido contrario. Nos empezó a invadir la seriedad del asunto, el tamaño del desastre. Chingao, ni una pachita para darle valor al cuerpo. Por salir de casa muy profesionales se me olvidó el santo líquido, y en esta desolación  ¿ a dónde? En la soledad de Ixtacomitán miré a un viejo sin camisa que levantaba una Biblia en la mano. Algo nos gritaba, gesticulante. Puta madre, en qué nos estamos metiendo, pensé.
Buscaba las galletas que me iba a cenar con un chesco al tiempo. No terminábamos de  bajar los pocas cosas que traíamos en el carro, cuando el Químico me dijo. "Hey, ya viste para allá". Eran como las siete de la noche y estaba totalmente oscuro, pero parecía que el sol iba a salir por el poniente. Una gran quemazón, pensamos. Entonces se movió la tierra, una sola sacudida pero violenta, de esas que te mueven el tapete. Sobre el resplandor que coronaba las montañas empezaron a bailar los rayos. Y otro jalón, seguido por un temblorcito leve pero incesante. Mamachita, no mames. El Chichonal estaba entrando en labor de parto y de qué manera.


Foto del diario Uno más Uno publicada en MD.
 El cielo estaba color escarlata y empezó a llegar el murmullo de un rugido indescriptible. Anonadado, petrificado, asistía al máximo sermón de La Naturaleza.

  Alguien muy arriba - llámese Chac, Thor o Zeus - tiraba martillazos que hacían parpadear a la gigantesca fumarola, que escalaba, interminable, al infinto. Volaban chispas estelares.

 Los Mega Rayos salían por racimos,  en manojo, enmarañados y kilométricos. Se enroscaban como venas luminosas, intermitentes, en los brazos rojizos, humeantes, de la exhalación volcánica. Subían, relampagueantes, saltando a la estratosfera o danzaban dando larguísimos giros sobre el lomo de los cerros. Qué espectáculo y yo paralizado.
Cerca de nosotros, entre las sombras, pasaban  los seres humanos. Algunos alumbrándose con lámparas de mano, la mayoría en la oscuridad de la noche y la ceniza. Además de sus mecapales cargaban cajas, costales semivacíos, niños pequeños. Con ese pasito rápido que llevan los indios cuando van de prisa. Murmuraban y lloraban cosas en zoque. Las luces de los automóviles que escapaban como alma que raja el diablo nos aclaró que estábamos en medio del éxodo.

Y la Tierra se seguía sacudiendo, con más enjundia y los rayos bailaban más frenéticos. Y no podía cerrar la boca, la carraca engarrotada me llegaba hasta el pecho. El Químico, más entero, me decía cosas que no entendía, porque me estaban invadiendo de un tirón todos los pálpitos del Coronel Zepeda. Empezó a caer un aguacero de arena y granizo de vil piedra. Cuando escuché ploc, plum, trac, rocas cayendo cerca. Reaccioné y dije cacaraqueando "Sabes que primo, sino salimos ahora, aquí se queda tu carro". Así que sin hacer un disparo o tomar una nota, un registro, agarramos todas las cosas que ya habíamos bajado del auto y las metimos echas bolas en la cajuela,. Y en la oscuridad buscaba la grabadora, la navajita suiza que acababa de comprar, unas revistas. Lo que no encontré en ese momento fueron mis coyoles, que ya iban adelante, corriendo como Speedy González, rumbo a Tabasco.
Nos trepamos al carro bajo el azote de la granizada caliente. Las plumas del parabrisas limpiaban capas de arena interminables. Los desafortunados caminantes suplicaban con señas y gestos que de alguna manera los lleváramos. El pánico nos ordenaba: Ni madres, no se paren, échenles el carro encima. Así de culeros nos vimos. Pero, a dónde los metíamos, si era un modelo compacto y ellos eran familias enteras- me justifico ahora.

En Pichucalco la gente rezaba hincada en las puertas de sus casas. Los que tenían carros escapaban. La tremenda lluvia de material empezaba a sepultar la carretera a Villahermosa. Pasando el puente de el rancho El Azufre se calmó la tormenta. Regresó el silencio, ya no miré atrás, para nada, sentí vergüenza.
Esa noche dormimos en la capital de Tabasco, en la casa de unos parientes del Químico. Al día siguiente nos enteramos que nuestras familias nos estaban buscando como locos. No pudimos regresar a Chiapa de Corzo por Pichucalco, porque el material volcánico había sepultado tramos de la carretera. Tuvimos que dar la vuelta hasta el Istmo de Tehuantepec para llegar a casa.
La erupción de la noche del 2 de abril fue la más potente de todas. El Chichonal emitió nubes de flujo piroclástico que barrió con los ecosistemas aledaños. Una de estas avalanchas, de gases y sólidos ardientes, que se desplazan a gran velocidad,  acabó con la cabecera municipal de Francisco León. La borró del mapa. No pocos quedaron sepultados, calcinados.

Finalmente, la revista publicó esta experiencia -muy maquillada - en un reportaje que apareció en el número 70 de septiembre del 82. Se reforzó con un artículo de Harry Moller y conseguimos fotos aéreas del volcán, logradas y cedidas por periódicos nacionales. Hasta donde sé, el único que captó en imágenes la erupción de la noche del 2 de abril fue el vulcanólogo Servando de La Cruz, quien las vendió a la revista National Geographic. Esa misma noche desapareció fatídicamente un vulcanólogo, no me acuerdo si de la CFE o de la UNAM, que trabajaba cerca de Francisco León.  Por otro lado, el poeta Jaime Sabines presenció en Pichucalco lo mismo que nosotros y escribió una crónica de primera calidad.

Esta historia tiene un par de moralejas:
Cuando la Naturaleza está en lo suyo, le importa un pito la humanidad.
Si vas de cacería, ve mentalmente preparado, porque te puedes convertir en la presa.

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