Muy bonitos, colgados de las patas, vivarachos. Les puse nombres. A los que me caen mal los llamé Hugo, Paco y Luis. Veo a mi Donal de la infancia, a la casquivana de la Margarita y al globalofílico del Tío Rico. También están los que me caen bien: Lucas, el Conde Pátula, el Pato Chicano, Pascual y mi carnal el Pato Vera, que en aquel entonces acababa de conocer. Todos bien lavaditos, muy limpios, amarrados a una reata que atraviesa la calle. A lo lejos viene a todo galope un caballo. El jinete de sombrero y ropa dominguera se acerca al mecate de plumíferos con la mano levantada y la mirada aguda. A toda velocidad, de un tirón, jala la cabeza de Rico Xlim Pato, que para su suerte, muere rápido, desnucado. Atrás ya se ve venir a rajamadre a otro encaballado y faltan como 30. Acaba de empezar la tradicional Jalada de Patos en Tuxtla Chico.
Tuxtla Chico es el corazón del Soconusco. Casi en la linea divisoria de México y Guatemala. Tierra brava. Hace 70 años era famosa pues por ahí entraban, salían y se escondían todo tipo de comerciantes ilegales, cuando el crimen más que organizado era romántico. Fue suelo de grandes ceibas, monte oscuro que sólo conocía del cacao y del agua en abundancia.De ese ambiente se inspiró La Choca, la novela de mi tío Alfonso Díaz Bullard, que después el legendario Indio Fernández llevó al cine con la hermosa tabasqueña Pilar Pellicer. Película que toda la perrada recuerda no por su mensaje sino por el desnudo de la Meche Carreño chapoteando en el río.
Tuxtla Chico está sembrada sobre el sitio arqueológico de Izapa, en donde aseguran que los olmecas se convirtieron en los mayas. Antes, todas las piedronas que encontrabas en medio de la vegetación tenían labrados prehispánicos. Hay estelas con pasajes del Popol Vuh, dicen. También los mormones creen que en una de ellas está grabado el origen de su pueblo. Neta. En mi infancia de chamaco huacalero, Tuxtla Chico tenía fama de que te mataban de a grapa, que una fiesta no era buena sino amanecía un su macheteado. Pero era más la fama que otra cosa. A mi este lugar siempre me pareció el más hermoso de la zona. El último bastión de la cultura popular del Soconusco. Con un clima fresco, de árboles enormes, a sólo 10 minutos de la infernal Tapachula. Las escuelas y las carreteras acabaron con sus ventoleras de violencia y me consta que su gente es de las más generosas y hospitalarias que he encontrado en el camino. Además produce el mejor chocolate casero de México. Lo único intenso y denso que se ve hoy en Tuxtla Chico es la Jalada de Patos.
Nadie sabe con certeza el origen de esta tradición. A finales de abril el pueblo festeja a uno de sus Santos Patronos, San Pedro Mártir. La imagen que se encuentra en la iglesia principal es como cualquier otra del santoral católico, con la diferencia que tiene un machete atravesado en lo alto de la cabeza y que baja hacia las orejas . El maestro Armando Parra Lau dice que se desconoce su procedencia. La estructura del festejo incluye la Cofradía de las banderas, dos bandos de jinetes - los Correlones - los Negritos, un Chamán y música de tambor y chirimía. Las estrellas son los caballos y los desafortunados patos.
La fiesta fuerte empieza el 27 de abril con rezos, limpias y procesiones que duran hasta la madrugada. El 28 aparecen los Correlones. Vienen montados en sus caballos: animales mestizos de los que se usan para los oficios rancheros. Las bestias briosas y obedientes lucen adornadas con moños, bien bañadas, perfumadas, con sillas impecables. Los caballeros estrenan ropa, sombrero y han observado varios ayunos en el que se incluye lo sexual. La noche anterior fueron rameados por el chamán para que no se caigan del caballo o para que el madrazo no les duela tanto. La pista de carreras es la calle Ocampo, en pleno centro del poblado, la única que subsiste empedrada. En el extremo de esa vía, casi al final, los capitanes de los Correlones atraviesan un lazo, del techo de una una casa a otra, a un metro más arriba de la mano levantada de un jinete sobre su montura. Ahi amarran a los patos con el pico para abajo.
La calle Ocampo está patrullada por los Negritos, niños y jóvenes en su mayoría, de rostros pintados con carbón; paliacates rojos al cuello, sombreros y vestidos de blanco. Ellos cuidan que las personas no se atraviesen al galope de los caballos. Han ocurrido descalabros, chamacos embestidos y cuadrúpedos lastimados, por totorecos y viejitas que se cruzan con los Correlones a rajatabla.
Antes del sacrificio, los Correlones realizan un recorrido complicado conocido como el Caracol, con giros, vueltas y cruzamientos en los puntos donde se ubican las banderas de los dos grupos de jinetes: la Roja y la Amarilla. Un par de horas después, como a las 10 de la mañana empieza la Jalada de Patos.
Así lo relaté en la revista México Desconocido de abril de 1993:
"Es la fiesta en honor a San Pedro Mártir pero podría ser una ceremonia llevada a cabo en el amanecer del mundo cuando se inició la práctica de fertilizar el cosmos con sacrificios.
Al igual que los vientos de la tempestad, los jinetes a gran velocidad desnucan y arrancan las cabezas de los animales colgados de la bóveda celeste. Truenan los cascos, los pescuezos y las exclamaciones como los rayos de la tormenta, y las gotas de sangre convertidas en lluvia se fermentan en el negro suelo. Aquí - en el Soconusco - el agua no se pide, se venera, pues estamos en el centro del reino de la fecundidad".
A casi 20 años de distancia me apena entrar en los detalles, mejor me los ahorro y les dejo un par de fotos a cambio. Mientras más viejo más sensible. La verdad.
Al final, todos los patos del disnei yacen paletas. Donal es el único decapitado. Sin embargo hay desplumados sobrevivientes. Pero no les va durar el gusto. Por la tarde vivos y muertos se convertirán en tamales que serán repartidos entre las familias de los participantes.
Cuando apareció mi relato completo en México Desconocido - con plumas volando, caballos encabritados y las manos rasgadas de los verdugos - no tardaron los reclamos de las asociaciones protectoras de animales. Acepté y reflexioné las enjabonadas al respecto. Lo que sí me turbó fue una sobrinita universitaria que estaba jode que jode con el argumento que los costumbreros de Tuxtla Chico eran unos indios salvajes y yo también por hacerles coro. Entonces le sugerí que si le gustaban mucho los tacos de carnitas se diera una vuelta al matadero para que escuchara como chillan los cochis cuando los sacrifican. Y de que realeza presumían todos los encopetados de la familia de su mamí, que no faltaban a las corridas de toros en San Cristóbal y a las peleas de gallos de la Chacona. Y que su papacito, mi primo, pagaba un billetón para ir a matar borregos cimarrones al Norte, nada más para exhibir sus cachudas cabezas en su chalet de Cancún. Hipócritas que somos. Yo crecí prácticamente en el campo, familiarizado con el sacrificio de animales de rancho para el consumo humano. Estoy en desacuerdo con el maltrato inecesario a los animales, me purga la cacería y la matanza de ballenas y hasta permiso les pido al alma de las cucarachas antes de aplastarlas.
No quiero justificar nada pero en el Día de Acción de Gracias o en nuestra Navidad matan miles de guajolotes, pavos o chompipes - aves muy simpáticas, pero más sabrosas - sin el ceremonial y festejo de los patos de Tuxtla Chico, que al final se convierten en tamales -también riquísimos. Así es la vida mis Ledas y Ledos y yo platico esta historia porque hay cosas que son y mañana tal vez no serán, porque ya todo se pierde o se disuelve en el calentamiento global de la modernidad.
En memoria de mi primo hermano Manuel Rosas y para Raúl el único plumífero conejo que conozco.
Que buena publicación, me gusto muchísimo, me va servir para mi trabajo de pintura. Gracias
ResponderEliminarQuiero ir a Tuxtla Chico, lo bueno que soy conejo.
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